Por el Rev. Jose Eugenio Hoyos
A menudo recibo muchas preguntas por Facebook y por internet acerca de Dios, de la fe, oración, sanación y la creación del mundo, etc. Son cuestionamientos muy humanos e interesantes que lo invitan a uno a reflexionar.
Cuando observamos las noticias en TV o radio y observamos catástrofes, terremotos, accidentes, crímenes horribles, reaccionamos de muchas maneras e inmediatamente se nos vienen interrogantes que nos preocupan y nos preguntamos: ¿será que Dios está enojado? O como decía mi abuelita (que en Paz descanse) “¡cada temblor, terremoto o tempestad destructora es la pura ira de Dios!”. Si tienes una fe firme y crees verdaderamente en Dios, no necesitas entender las cosas malas que te suceden, lo que necesitas es abrir cuanto antes tu corazón al amor del creador del universo: Dios.
Un joven le envió una carta a Dios y le pregunto: Querido Dios, ¿alguna vez te enojas contra nosotros? Y dios le respondió de esta manera: casi me veo obligado a responderte que SI. Algún sentimiento de ira, incluso violenta, me lo han atribuido los profetas y los sabios de Israel. Eran tan conscientes de los “errores” de mi pueblo que no podían hacer otra cosa distinta de pensar que estaba encolerizado.
En efecto, no me ha sido fácil aceptar todos los errores que se han ido mezclando: los asesinatos, las guerras, la idolatría; sobre todo, no me ha sido fácil aceptar su corazón de piedra y lo testarudos que son los hombres. Por esta razón suscite protestas que gritaban con fuerza mi pensamiento en medio de ellos, pero ellos no entendían. Incluso permití que sufrieran la esclavitud en Egipto, la dominación de los asirios, la deportación a Babilonia… ¡qué remedio! Y sin embargo es bien cierto que en mi pueblo hubo grandes figuras llenas de fe: Abraham y su esposa Sara, Job, Salomón, David… cierto que David hizo de las suyas pero también lloro sus pecados y yo no podía permanecer encolerizado con él por mucho tiempo.
Nunca me he olvidado de perdonar, tal como lo escribió mi profeta Oseas, o de anunciar a mi pueblo la esperanza de la salvación, como escribió el profeta Isaías.
Mi gran amor por todas las personas es permanente en la historia, y para daros a ustedes los hombres la certeza de la persona y de la ayuda contra el enemigo, que continuamente los tienta, envié a mi hijo Jesús. Lee el relato del padre amoroso que Lucas ha registrado en su evangelio (15, 11-32). Yo soy aquel papá que siempre espera y es feliz cuando un hijo retorna al hogar. Por eso no puedo abandonarte, no puedo tratarte con ira porque soy Dios y no un hombre, soy el santo en medio de ti. Adiós.
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