Por el Rev. José Eugenio Hoyos
Ya van varios días recorridos en este Nuevo Año 2011 y estamos a tiempo para que empecemos a formar y a renovar nuestra vida espiritual con más seriedad y compromiso. Este nuevo año debe comenzar centrado en Cristo y reforzado con continua oración. “Os daré un corazón nuevo y pondré un Espíritu nuevo en medio de vosotros” (Ezequiel 36-26).
Esta es la gran oportunidad para comenzar una nueva vida teniendo a Jesús en nuestros corazones. En el Evangelio de San Juan 20:20 nos dice: “Les mostró las manos y el costado, los discípulos se alegraron mucho al ver al Señor”. Igual en el Camino de Emaús en San Lucas 24:30 “y mientras estaba en la mesa tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. En ese momento se les abrieron los ojos y lo reconocieron pero Él desapareció. Entonces se dijeron el uno al otro: ¿no sentimos arder nuestro corazón cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las escrituras?”
Ojala que este nuevo año seamos fieles a Cristo y no lo traicionemos con nuestra actitud negativa. Sería obligatorio que en nuestro crecimiento espiritual avancemos con sacrificios ayuno y penitencia. ¿Seré yo Señor, el que te va a negar? Pues lo negamos con la mentira, la avaricia, las ansias de poder, la infidelidad, la indiferencia social, la falta de oración, la pereza espiritual, la intriga, el odio, la hipocresía etc.
Pero si Jesús muere a causa de nosotros, también muere por nosotros “y por sus llagas hemos sido sanados”. Los católicos de este tiempo dan la impresión que sufrieran de “cardioesclerosis”
que los expertos médicos la definen como el endurecimiento del corazón y para esa enfermedad necesitamos un tratamiento especial que solo nos lo da la Sangre de Cristo. El profeta Jeremías habla del “corazón sin circuncidar”. Ezequiel habla de “corazones de piedra” y Moisés en el libro del Deuteronomio, simplemente la llama: “terquedad del corazón”. En las Sagradas Escrituras, el corazón es la sede de la vida interior, el corazón representa el más profundo “yo” del hombre, su mismo ego, su inteligencia y su voluntad. El corazón es el centro de la vida religiosa, el punto donde Dios nos habla y nosotros decidimos nuestras respuestas a Dios.
Cuando Jesús murió en el Calvario, los evangelios nos dicen como el velo del templo se rasgó. Y esta pasión que debemos experimentar en nuestras vidas es tratar de rasgar abiertamente nuestro corazón, rompiendo las piedras que rodean el corazón, que nos impiden decirle sí a Dios. Desde los tiempos del Antiguo Testamento, el pueblo de Dios repetía la oración del salmista: “Crea en mí, oh Dios, un nuevo corazón”. Y por supuesto el sacrificio de Cristo para salvar la humanidad fue para darnos un corazón nuevo.
Ya van varios días recorridos en este Nuevo Año 2011 y estamos a tiempo para que empecemos a formar y a renovar nuestra vida espiritual con más seriedad y compromiso. Este nuevo año debe comenzar centrado en Cristo y reforzado con continua oración. “Os daré un corazón nuevo y pondré un Espíritu nuevo en medio de vosotros” (Ezequiel 36-26).
Esta es la gran oportunidad para comenzar una nueva vida teniendo a Jesús en nuestros corazones. En el Evangelio de San Juan 20:20 nos dice: “Les mostró las manos y el costado, los discípulos se alegraron mucho al ver al Señor”. Igual en el Camino de Emaús en San Lucas 24:30 “y mientras estaba en la mesa tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. En ese momento se les abrieron los ojos y lo reconocieron pero Él desapareció. Entonces se dijeron el uno al otro: ¿no sentimos arder nuestro corazón cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las escrituras?”
Ojala que este nuevo año seamos fieles a Cristo y no lo traicionemos con nuestra actitud negativa. Sería obligatorio que en nuestro crecimiento espiritual avancemos con sacrificios ayuno y penitencia. ¿Seré yo Señor, el que te va a negar? Pues lo negamos con la mentira, la avaricia, las ansias de poder, la infidelidad, la indiferencia social, la falta de oración, la pereza espiritual, la intriga, el odio, la hipocresía etc.
Pero si Jesús muere a causa de nosotros, también muere por nosotros “y por sus llagas hemos sido sanados”. Los católicos de este tiempo dan la impresión que sufrieran de “cardioesclerosis”
que los expertos médicos la definen como el endurecimiento del corazón y para esa enfermedad necesitamos un tratamiento especial que solo nos lo da la Sangre de Cristo. El profeta Jeremías habla del “corazón sin circuncidar”. Ezequiel habla de “corazones de piedra” y Moisés en el libro del Deuteronomio, simplemente la llama: “terquedad del corazón”. En las Sagradas Escrituras, el corazón es la sede de la vida interior, el corazón representa el más profundo “yo” del hombre, su mismo ego, su inteligencia y su voluntad. El corazón es el centro de la vida religiosa, el punto donde Dios nos habla y nosotros decidimos nuestras respuestas a Dios.
Cuando Jesús murió en el Calvario, los evangelios nos dicen como el velo del templo se rasgó. Y esta pasión que debemos experimentar en nuestras vidas es tratar de rasgar abiertamente nuestro corazón, rompiendo las piedras que rodean el corazón, que nos impiden decirle sí a Dios. Desde los tiempos del Antiguo Testamento, el pueblo de Dios repetía la oración del salmista: “Crea en mí, oh Dios, un nuevo corazón”. Y por supuesto el sacrificio de Cristo para salvar la humanidad fue para darnos un corazón nuevo.
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