Por muchas generaciones millones y millones de personas soñábamos cada 24 de diciembre con la llegada del niño Dios a nuestros hogares. Preparábamos en familia el nacimiento del hijo de Dios con el rezo y la devoción de la novena y posadas.
Organizábamos el pesebre o establo con tanto entusiasmo, construyendo pueblitos enteros con casitas de cartón y papel, le colocábamos al pesebre altas montañas, ríos, sembrados de maíz, ovejitas de plásticos, y le llenábamos de grandes personajes típicos o muñecos de trapo hecho por las manos artesanales de nuestras abuelitas, tías, hermanas y hasta nuestras propias mamas. Era un verdadero trabajo espiritual en equipo.
Desde que llegaban los primeros días de diciembre ya comenzaba la celebración de la Navidad. El levantarse a las 5 de la mañana era un acontecimiento especial pues las serenatas navideñas musicales por la radio no se hacían esperar, era una gran preparación del espíritu navideño. Cada día de nuestra infancia era una navidad única, especial e irrepetible.
Cuando empezaban las novenas al niño Dios, preparábamos nuestras propias panderetas, confeccionábamos de tapas de botella y nos quedaban en nuestras manos los dedos machucados en la pisada de cada tapita, que luego las metíamos en un redondo alambre para hacerle homenaje al personaje mas esperado de toda la época: Cristo Jesús humanizado. Íbamos de casa en casa cantando los mismos villancicos: “Noche de Paz”, “Tutaina”, “El Burrito”, “Campana sobre Campana”, “El Niño de Belén”.
En mi juventud me era difícil olvidar como los vecinos desde días antes de la Navidad empezaban a preparar el manjar blanco (dulce de leche), a echarle ojo al marranito, la gallina o el pavo mas gordo para la cena de medianoche, igualmente no podían faltar las frutas y dulces desamargadas (en tarros de miel), los tamales, las empanadas, los sancochos, los buñuelos calientitos y por supuesto las infaltables natillas.
Toda una gran fiesta Navideña hogareña y comunitaria, pues los vecinos tenían la costumbre de intercambiar no solo regalos sino lo más codiciado, los deliciosos alimentos. Poco a poco hemos ido perdiendo esta devoción y tradición Navideña, unos se dejaron llevar por la comercialización de la mano de Santa Claus y otros continúan fieles a la devoción del Niño Dios. Te pregunto: ¿y tú de cual lado estas?
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