Por el Rev. José Eugenio Hoyos
Con una mañana bastante fría y acompañada de fuertes vientos, uno por uno de nuestros queridos abuelitos fueron llegando a la tan esperada fiesta navideña llamada: “Canitas Doradas” organizada por el Apostolado Hispano de la Diócesis de Arlington, Virginia. Unos lentamente y acompañados de sus bastones, sillas de ruedas, caminadores y chaperones querían ocupar los primeros puestos de la fiesta de ancianitos o mejor dicho de nuestros amigos de la tercera edad.
Definitivamente se da uno cuenta que la soledad aquí en los Estados Unidos para nuestros viejitos latinos es muy dura y en muchas ocasiones hasta es peor que cualquier enfermedad terminal. Muchos de ellos llegan de nuestros países con muchos sueños e ilusiones, sin saber el idioma ni la cultura. Les toca trabajar muy duro y en lugares de gran riesgo, con mucha fortaleza y sacrificio sacan adelante a sus seres queridos, hasta que en el transcurrir de los años y cuando en sus caras y en sus manos ya no caben mas arrugas, ni callos, entonces sus hijos los mandan a descansar en los ancianatos aislándolos del calor familiar, muchos quedan en el olvido.
Con una mañana bastante fría y acompañada de fuertes vientos, uno por uno de nuestros queridos abuelitos fueron llegando a la tan esperada fiesta navideña llamada: “Canitas Doradas” organizada por el Apostolado Hispano de la Diócesis de Arlington, Virginia. Unos lentamente y acompañados de sus bastones, sillas de ruedas, caminadores y chaperones querían ocupar los primeros puestos de la fiesta de ancianitos o mejor dicho de nuestros amigos de la tercera edad.
Definitivamente se da uno cuenta que la soledad aquí en los Estados Unidos para nuestros viejitos latinos es muy dura y en muchas ocasiones hasta es peor que cualquier enfermedad terminal. Muchos de ellos llegan de nuestros países con muchos sueños e ilusiones, sin saber el idioma ni la cultura. Les toca trabajar muy duro y en lugares de gran riesgo, con mucha fortaleza y sacrificio sacan adelante a sus seres queridos, hasta que en el transcurrir de los años y cuando en sus caras y en sus manos ya no caben mas arrugas, ni callos, entonces sus hijos los mandan a descansar en los ancianatos aislándolos del calor familiar, muchos quedan en el olvido.
Es por eso que en este tiempo hay que regresar nuestra mirada hacia nuestros viejitos queridos y desempolvarlos del olvido, dándoles una palabra amable, visitándoles, abrazándoles y regalándoles nuestro afecto sincero.
Ellos son los verdaderos niños de la Navidad, los Ángeles preferidos de Cristo. Ana Gómez de 98 años de edad les decía “yo a pesar de mi edad me siento joven porque me mantengo en continua oración, siempre activa, tratando de hacer algo por mi y por los demás. En realidad esta señora nos impresiono por su vitalidad y las ganas de vivir. Fue una gran fiesta de la vida pues en el centro de cada corazón en cada abuelito allí estaba Jesús.
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