Por el Rev. Jose Eugenio Hoyos
En Filipenses 4, 4 nos dice: “Regocijaos en el Señor siempre”. “Regocijaos” y agregaría al ver tanto testimonio de sanaciones, liberaciones y unciones: alégrense, griten, salten, anuncien, aplaudan y corran a anunciar a todo el mundo que Cristo no para de sanar, de amar y de compartir su ministerio de amor con todo el mundo. Si Dios es suficiente para ti, siempre tendrás suficiente porque siempre tendrás a Dios.
“Acerquémonos pues, confiadamente al trono de la gracias, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hebreos 4, 16). La alegría debe ser continua al sentir la presencia de Cristo sanador de mi persona, pues el medico es el mismo Jesucristo y la medicina es imitar su estilo de vida.
Jesucristo viene a sanar primero nuestro orgullo e indiferencia, pues hay que resaltar que humilde no es el que no sobresale ni el que nunca hace cosas grandes o importantes; tampoco el que se esconde, sino que en justicia da a Dios lo que le corresponde.
Para Dios no hay acepción de personas. Para Él no hay diferencia de enfermedad, Dios es dador de vida. Por lo tanto da gratuitamente a todos los que le piden con fe y alegría. Cada momento de nuestra vida debe ser el primer momento, el último momento, el único momento. Sin mi alegría de haber quedado sano y curado de mi cáncer, quizás los demás, nunca hubieran sabido de Dios.
Verdaderamente es con gozo, con alegría que cada día vamos anunciando que millones y millones de enfermos continúan recibiendo con alegría sanación por parte de un Cristo Vivo y Resucitado. Dios sana con inmensa alegría.
En Filipenses 4, 4 nos dice: “Regocijaos en el Señor siempre”. “Regocijaos” y agregaría al ver tanto testimonio de sanaciones, liberaciones y unciones: alégrense, griten, salten, anuncien, aplaudan y corran a anunciar a todo el mundo que Cristo no para de sanar, de amar y de compartir su ministerio de amor con todo el mundo. Si Dios es suficiente para ti, siempre tendrás suficiente porque siempre tendrás a Dios.
“Acerquémonos pues, confiadamente al trono de la gracias, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hebreos 4, 16). La alegría debe ser continua al sentir la presencia de Cristo sanador de mi persona, pues el medico es el mismo Jesucristo y la medicina es imitar su estilo de vida.
Jesucristo viene a sanar primero nuestro orgullo e indiferencia, pues hay que resaltar que humilde no es el que no sobresale ni el que nunca hace cosas grandes o importantes; tampoco el que se esconde, sino que en justicia da a Dios lo que le corresponde.
Para Dios no hay acepción de personas. Para Él no hay diferencia de enfermedad, Dios es dador de vida. Por lo tanto da gratuitamente a todos los que le piden con fe y alegría. Cada momento de nuestra vida debe ser el primer momento, el último momento, el único momento. Sin mi alegría de haber quedado sano y curado de mi cáncer, quizás los demás, nunca hubieran sabido de Dios.
Verdaderamente es con gozo, con alegría que cada día vamos anunciando que millones y millones de enfermos continúan recibiendo con alegría sanación por parte de un Cristo Vivo y Resucitado. Dios sana con inmensa alegría.
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