Por el Rev. José Eugenio Hoyos
La mayoría de las personas que están pasando por momentos difíciles, bien sea con crisis familiares, económicas, matrimoniales, por enfermedades terminales, accidentes o fracasos, pensamos que son pruebas o castigos dados por el mismo Dios; y es todo lo contrario. Las pruebas se dan no como obstáculos sino como trampolín para crecer, elevarse y superarse. Y sobre todo en lo concerniente en la fe para madurar, y dar frutos abundantes; eso es lo que llamamos crecimiento espiritual. Donde está el Espíritu de Dios allí está la libertad (2 Corintios 3-18). El Espíritu Santo es el enviado de Cristo para liberarnos de todo tipo de esclavitud. El Espíritu Santo conforma nuestra mente y nuestro corazón a la voluntad de Dios, de tal manera que ya queremos lo que Dios quiere y su voluntad no es una carga pesada sobre nuestra vida sino: “más dulce que un panal de miel”.
Cristo nos sana de todas las enfermedades que hacen ricos a los psiquiatras y psicólogos: temores, rivalidades, inseguridades, complejos de culpa, depresiones. Nos cura de la impresión de que todo mundo está en contra nuestra, que nadie nos quiere, que estamos salados y que todo nos sale mal, que vivimos hundidos en la soledad. Él nos sana a niveles tan profundos que ningún psiquiatra alcanzaría. Es fácil creer cuando el sol brilla y la vida fluye serena, pero ¿Qué pasa cuando solo hay dolor y oscuridad? Pierdes el rumbo, no encuentras asidero y sientes que Dios es sordo a tus ruegos.
No quieres orar, peleas con Él y te preguntas por qué sufres siendo tú un ser tan bueno. En ese calvario han estado los santos y los seres de luz, ya que el mal no golpea solo a “los malos”. Jesús se sintió abandonado en su agonía y San Francisco de Asís fue perseguido con saña por hermanos de su comunidad. Las pruebas están allí para madurar, evolucionar y volver a reverdecer tras cada tempestad en la vida. Por eso nunca dejes de orar y cree que Dios siempre está de tu parte, aunque no lo sientas. Ahora te deprimes por hechos materiales que un día veras de otra manera cuando la tormenta se calme.
La mayoría de las personas que están pasando por momentos difíciles, bien sea con crisis familiares, económicas, matrimoniales, por enfermedades terminales, accidentes o fracasos, pensamos que son pruebas o castigos dados por el mismo Dios; y es todo lo contrario. Las pruebas se dan no como obstáculos sino como trampolín para crecer, elevarse y superarse. Y sobre todo en lo concerniente en la fe para madurar, y dar frutos abundantes; eso es lo que llamamos crecimiento espiritual. Donde está el Espíritu de Dios allí está la libertad (2 Corintios 3-18). El Espíritu Santo es el enviado de Cristo para liberarnos de todo tipo de esclavitud. El Espíritu Santo conforma nuestra mente y nuestro corazón a la voluntad de Dios, de tal manera que ya queremos lo que Dios quiere y su voluntad no es una carga pesada sobre nuestra vida sino: “más dulce que un panal de miel”.
Cristo nos sana de todas las enfermedades que hacen ricos a los psiquiatras y psicólogos: temores, rivalidades, inseguridades, complejos de culpa, depresiones. Nos cura de la impresión de que todo mundo está en contra nuestra, que nadie nos quiere, que estamos salados y que todo nos sale mal, que vivimos hundidos en la soledad. Él nos sana a niveles tan profundos que ningún psiquiatra alcanzaría. Es fácil creer cuando el sol brilla y la vida fluye serena, pero ¿Qué pasa cuando solo hay dolor y oscuridad? Pierdes el rumbo, no encuentras asidero y sientes que Dios es sordo a tus ruegos.
No quieres orar, peleas con Él y te preguntas por qué sufres siendo tú un ser tan bueno. En ese calvario han estado los santos y los seres de luz, ya que el mal no golpea solo a “los malos”. Jesús se sintió abandonado en su agonía y San Francisco de Asís fue perseguido con saña por hermanos de su comunidad. Las pruebas están allí para madurar, evolucionar y volver a reverdecer tras cada tempestad en la vida. Por eso nunca dejes de orar y cree que Dios siempre está de tu parte, aunque no lo sientas. Ahora te deprimes por hechos materiales que un día veras de otra manera cuando la tormenta se calme.
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