Por Padre José Eugenio Hoyos.
No cabe duda de que todos los que hemos recibido el Sacramento del Bautismo hemos recibido una gracia especial en nuestras vidas.
Desde ese instante El Espíritu Santo ha empezado a desarrollarse internamente en El Alma del recién nacido.
Cuando vamos madurando y creciendo en nuestro conocimiento y en nuestra Fe vamos entendiendo poco a poco que el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo nos da todas las respuestas que necesitamos en la vida. Aquí constatamos que Jesús es mostrado por los Evangelios como la Bendición de Dios, el que vino en nombre del creador a llenarnos de toda clase de Bendiciones en la tierra y en El Cielo y su gran Bendición se llama El Espíritu Santo. Y cada uno de nosotros tenemos la obligación y el deber de anunciar la buena nueva a dar; esa gran noticia de Salvación y de Unción a toda la humanidad sin desanimarnos ni desanimar a otros, recordemos que el día de Ascensión de Jesús se despidió de los suyos bendiciéndolos (Lucas 24,51) y nos dejo solos nos mando su gran bendición cuando envió el Espíritu Santo.
Recientemente estuve en la XVIII Conferencia Carismática de Miami y me impresionó en ese importante evento el crecimiento y la madurez de los asistentes sobre todo en los momentos de dar los testimonios de Sanación.
Cada testimonio dado en frente de los asistentes era tan evidente serio y real que al ir narrando cada Sanación nos transportaba de nuevo a vivir El Evangelio y recibir de nuevo una Bendición.
Testimonios donde se mostraba el poder de Cristo sobre la enfermedad o situaciones de dolor, tristeza o angustia.
Los primeros cristianos que en medio de la persecución y de la dura prueba, perseveraron y se mantuvieron fieles, ahora gozan de la bienaventuranza eterna. Por eso no hay que desanimarse hay que guardar y cumplir la palabra dada en El Evangelio de Cristo, a pesar del sufrimiento, la enfermedad o cualquier tipo de depresión y Él los Bendecirá abundantemente.
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