Washington Hispanic
14 de agosto de 2009
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Un maestro de obra ya entrado en años se sintió listo para retirarse; manifestó a su jefe que había planeado dejar el negocio de la construcción. El jefe triste porque su buen empleado dejaba la compañía, le pidió que al menos construyera una casa más, como un favor personal. El obrero accedió, pero se constató fácilmente que no puso el corazón en su trabajo: utilizó materiales de regular calidad y no puso acabados, los cuales fueron deficientes cuando terminó de construir la regular y débil casa. El patrón pensando que había hecho como siempre un buen trabajo le entregó las llaves de la puerta principal diciéndole: “Esta es tu casa, es mi regalo para ti”. ¡Que sorpresa! ¡Que tragedia! ¡Que pena! Si solamente el obrero hubiera sabido que estaba construyendo su propia casa, la hubiera hecho de manera totalmente diferente. Ahora tendría que vivir en la casa que “había construido lo peor que pudo”.
Pensemos en nuestra propia casa del futuro: cada día insertamos un clavo, ponemos un ladrillo, levantamos una pared o acomodamos parte del techo. ¡Construyamos con sabiduría! Tengamos presente que no debemos abusar de los demás, máximo si han depositado toda su confianza en nosotros; para construir, incluso, si solo constara de un día, ese día merece ser vivido con honor, gracia y dignidad. La placa sobre la puerta de una casa bien construida debe decir: “La vida es un proyecto… hazlo tu mismo”.