Por Rev. José Eugenio Hoyos.
En todas nuestras Parroquias de nuestra Diócesis de Arlington
y a pedido de nuestro Pontífice Francisco el mundo entero se unió en Oración y
en torno a la Santa Eucaristía para celebrar la gran fiesta del Corpus Cristi
el cuerpo y la sangre de Cristo.
El jueves pasado ante un hermoso altar instalado ante la
fachada de la Basílica de San Juan de Letran y ante miles de peregrinos el Papa
Francisco celebró solemnemente la Eucaristía en la fiesta del Corpus Cristi.
Durante la Homilía el Papa explicó qué supone seguir a
Cristo, que significa la Comunión y la importancia de compartir con los demás.
El Papa destacó: “que aunque para el Espíritu
mundano la palabra solidaridad está mal vista, solo compartiendo “nuestra vida
da fruto”.
El domingo la mayoría de las Parroquias tuvieron hermosas y significantes procesiones con el Santísimo
Sacramento alrededor de la Iglesia.
La Eucaristía es el centro y el Alma de la Liturgia, la
consagración de la Iglesia debe verse a la luz de la lectura del Evangelio en
Juan 14-16. Estos son algunos de los capítulos más bellos del nuevo testamento.
No solo somos llamados a servir, sino también a consagrarnos.
Jesús nos ama. “pero
si me voy a prepararles un lugar, es que volveré y los llevaré junto a mí, para
que donde yo estoy estén también ustedes” (Juan 14:3).
Estos son algunos consuelos que Jesús dio a sus apóstoles.
Este conocimiento de su amor es un preludio para la consagración del pan y del
vino. Así como el pan y el vino se transforman en Jesús como “cuerpo” y
“sangre”, hay también una transformación Espiritual en cada persona que
participa.
Lejos de la familia y amigos, sin las comodidades que
requiere la criatura humana, con frio y sin ninguna estructura normal a la que acudir en vez de Jesús, Él es todo lo
que tenemos. La Santa Eucaristía es nuestro gran tesoro y valiosa riqueza
Espiritual; los católicos somos muy bendecidos al tener al “máximo” el servicio
de Sanación cada día en la Santa Misa. Desde el comienzo hasta el final de la
Misa se manifiesta el amor sanador y el poder del cuerpo y la sangre de Cristo.