Por José
Eugenio Hoyos
Nuestra Diócesis de Arlington y Caridades Católicas en este
mes de Mayo hemos comenzado con la campaña “#Amamos a Nuestras Madres” con el
fin de darles un lugar especial a aquel ser humano maravilloso que le ha dado
un sí a la vida igual que se lo dio la Virgen María, el sí de recibir en su
seno maternal a su hijo Jesús.
Nuestra comunidad hispana inmigrante se une a esta campaña
pues también los Latinos tenemos que agradecer a Dios por nuestras madres
inmigrantes que lo han dejado todo, país, cultura y familia para darles una
mejor vida a sus hijos.
Nuestras madres latinas han sido luchadoras y muy valientes
que sin saber el idioma ni como trabaja esta cultura no han perdido su fe católica
y poco a poco han ido ganando terreno en esta sociedad.
Lo impresionante de una madre es que, aunque realiza tantas
funciones a la vez, nunca parece estar cansada, porque el combustible que la
impulsa es una dosis de amor, ternura, alegría, paciencia, perseverancia y
satisfacción en cada trabajo que realiza. La fuente inagotable de una madre es
su gran amor a Dios a ejemplo de la Santísima Virgen María.
Siendo realistas y sin pecar de sentimentalismos, si valoras
a tu madre en su justa dimensión, podrías hacer un retrato escrito con sus
múltiples bondades; virtudes y actitudes abnegadas, hasta el punto de que
puedes llegar a convencerte de que el ser más importante en tu vida es tu
propia madre. Tomar la decisión de honrarla con las semillas de bien que en ti
sembró.
No se a ti pero a mi me resulta a sombroso que siendo tan
esencial el rol de un papá, de una mamá y de un hijo o hija en la familia,
prácticamente no exista en el pensum de las diferentes universidades, un
programa que te enseñe a ser mamá. Parece ser que damos por supuesto que
nacemos con estos conocimientos y habilidades.
No obstante el rol de mamá es único, incomparable, irrepetible,
pues en lo profundo no depende del intelecto ni de los conocimientos,
psicologías y sociológicos que puedan ser debatidos en el ámbito universitario
o educacional, sino que únicamente depende del amor; y del amor que se nutre
del sacrificio, del llanto y del dolor.
La permanente actitud de una mamá la podríamos comparar con
la conducta del pelícano, el ave rapaz que conoces: el pelícano, que viaja a
largas distancias para llenar el buche de alimento, y al regresar a sus críos
se desgarra el buche con sus uñas, hasta hacer chorrear su sangre, para así
darles de comer.
Por tanto, la profesión fundamental de una mujer es ser mamá,
y para ser una madre auténtica solo hay una fuente real: El amor, hasta
chorrear la sangre si es preciso, como el pelícano.
Las manos de una madre son bendecidas, pues siempre buscan
animarte, protegerte, alimentarte, aconsejarte, amarte, salvarte y siempre
están dispuesta a orarle a Dios por ti. A todas las madres las eligió Dios con
un propósito especial: “Hacer que este mundo sea mejor”.