Por Rev. Jose E. Hoyos Salcedo.
Me encanta celebrar la Santa Eucaristía diariamente, pues encuentro un gran poder Celestial y Espiritual que brota de la consagración del Cuerpo y la Sangre del Señor. Pero igualmente como director de La Renovación Católica Carismática de La Diócesis de Arlington encuentro un gran significado en las misas por los enfermos o conocidas mundialmente como Misas de Sanación, cada Eucaristía vivida con Fe trae consigo un gran poder de Sanación, La Eucaristía y la Oración tienen un gran poder.
Todavía no entiendo como tantos cristianos y católicos en el mundo desconocen esta gran riqueza de nuestra Iglesia y cuando las cosas no salen a su antojo van a otras denominaciones o lo peor y triste es que cambian el poder de Cristo por el de los brujos.
Esta es una triste realidad que hay que ponerle atención, muchas personas vienen a ultima hora a pedirme liberación de ataduras, amarres, nudos, conjuros, hechizos realizados por charlatanes que le hacen daño sicológico y Espiritual, a mucha gente le hacen creer que tienen poder y tienen la ultima solución a un problema o una gran enfermedad; lógico con ganancias monetarias fruto del engaño y la mentira.
Desafortunadamente hay muchos creyentes que le prenden velas a Dios y al demonio, se guían o se dejan convencer llevando así una doble moral y es mucho lo que sufren y lo que hacen sufrir.
Las velas y los cirios juegan un papel importante en nuestra Fe y Vida Espiritual, pues cada vez que yo enciendo un cirio esa luz me incorpora a la familia de Cristo que es la verdadera luz de la Salvación. En las Sagradas Escrituras se nos invita a que seamos hijos de la luz y no de las tinieblas.
Cuantas más velas tengamos encendidas a Dios, nuestras vidas serán más luminosas nos sentiremos más optimistas y con claridad podremos ver algún día el rostro de Dios.
Cada vez que visito a un brujo, hechicero o adivino estoy apagando la luz de Cristo y me estoy incorporando al reino de las tinieblas.
Si queremos caminar por senderos luminosos debemos recordar lo que Jesucristo dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida, el que me siga no andará en tinieblas”.