Por el Rev. José Eugenio Hoyos
No debería de ser así en nuestra relación con Cristo Señor y dador de nuestra vida, pero desafortunadamente muchos enfermos o personas en necesidad solo se acercan a Nuestro Señor Jesucristo en las enfermedades, en el peligro, en los momentos de dolor y de desgracia. En algunos casos el diagnostico de una enfermedad o dolencia ha hecho despertar y comprender a las personas que estaban distanciadas con Dios de que Dios debe ser el centro de nuestras vidas desde el comienzo hasta el final de los tiempos.
Que Él es el Todo y para todos y más si nos acercamos a El siempre, Jesús nos ha constituido como extensiones de sí mismo. Las Sagradas Escrituras nos dicen que Cristo no solamente vino a salvarnos sino también a traernos sanación “Siendo nosotros, todavía pecadores” (Rm 5, 8) y Él quiere servirse de nosotros con todas nuestras debilidades, imperfecciones e impurezas.
“Recorría Jesús toda Galilea, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo” (Mateo 4, 23). Hace varios días tuve la oportunidad de dar la enseñanza del amor de Dios en el Seminario de vida en el Espíritu en la parroquia de San Luis en Alexandria, Virginia. Unos de los asistentes al retiro en uno de los descansos se me acercó y me dijo que se había animado a tomar el seminario, pues quería acercare más al Señor, ya que en agradecimiento de que lo libró de un accidente en el trabajo al caerse de un tercer piso y no quedar invalido completamente, en los días de su recuperación se había arrepentido de haberse alejado de Dios y de dedicarle más tiempo al alcohol y a los vicios del mundo. Me decía: “Padre Hoyos, es triste que me tuvo que pasar este accidente para conocer y amar más a Dios. Y como este ejemplo hay muchos en el mundo que no se han dado esta oportunidad maravillosa de conocer y seguir a Jesús para sentir la paz y la bondad que este encuentro trae a nuestras vidas”. No esperes tanto tiempo para decirle a Dios: “SI”.