Por Rev. José Eugenio Hoyos
El mundo de la ciencia ha llegado a unos avances increíbles. Hablamos de sanación espíritual, corporal etc., y encontramos también en un ambiente no desconocido ya la multitud de terapias que dan alivio a un sinnúmero de enfermedades, alergias o comportamientos psicológicos o anímicos. Son famosas las siguientes terapias:
MUSICOTERAPIA: que a través de sonidos sonoros y agradables mejoran la salud y expanden nuestra potencialidad y creatividad. Todos estos poderes de la música buscados durante largo tiempo, se encuentran preparados y disponibles, para ayudarnos en la actualidad. Solo escuchándolos, pueden proporcionar una ruta sin esfuerzo hacia nuevas oportunidades.
RISOTERAPIA: ayuda a armonizar los músculos faciales y del cuerpo a través de la risa, buenas carcajadas y chistes sanos que ayudan a olvidar los problemas y alejar las enfermedades.
FRUTOTERAPIA: a través de las frutas, limpia la piel y el individuo mantiene una mejor digestión.
ABRAZOTERAPIA: un buen abrazo relaja al ser humano, le inyecta positivismo y le da firmeza en la amistad.
En cuanto la BAILOTERAPIA o AROBICOTERAPIA es una nueva expresión de botar el stress, el decaimiento, la timidez, la depresión etc. ¿Has bailado, alguna vez de pura alegría? ¿Por una buena noticia o porque la música te lleva a liberarte de algo que llevas dentro y no te deja en paz? ¿Te lleva la bailoterapia a un estado de éxtasis, donde el miedo y la preocupación por lo que los demás puedan pensar son completamente olvidados?
En el Evangelio por ejemplo, vemos este tipo de alegría como las dos mujeres, quienes salieron en la fe, abrazadas y bailando juntas. Es una danza que solo pueden hacer los que nunca hayan bailado. Esta danza no tiene reglas, es algo completamente nuevo, que aterra a los que deberían bailar y alegra a los que hayan tenido atados sus pies. La alegría es tan penetrante que aun el pequeño Juan baila en el seno de su madre. Te hace preguntarte como hemos podido desarrollar una imagen tan severa de un profeta quien comenzó a danzar aun antes de haber nacido. Bailar no es pecado si se hace decentemente y mas aun, si es movido(a) por el poder del Espíritu Santo. Bailar, danzar es una forma de liberación.
Foto: Bailarinas litúrgicas de Our Lady of Mercy Academy, un colegio católico en el estado de Nueva York.
viernes, marzo 07, 2008
jueves, marzo 06, 2008
Actitud de Conversión
Por Rev. José Eugenio Hoyos
Arlington Catholic Herald
6 de marzo del 2008
Éste es uno de los tiempos litúrgicos que nos invitan a tener un viaje espiritual en la profundidad de nuestras vidas. Es tiempo de cambiar de piel, de renovarnos y de enriquecer lo más valioso que tiene el ser humano, como lo es el alma.
Hay que partir de una actitud de conversión interior, que nos haga disponibles aquí y ahora con sencillez, con alegría y con actitud siempre positiva. Es la actitud fundamental, existencial, la primera al responder a la llamada de Dios. Al Reino se entra por la conversión. Es la actitud de partida que inspira y configura todo lo nuevo camino, regalo del Señor. Crecer.
En esa actitud permanente de conversión consiste en vivir la conversión con sus características: Interioridad, actualidad, sencillez y fuerza de corazón. Interioridad constituye la primera característica, la más fundamental. Volvemos a raíces, nos situamos desde adentro, contemplamos, pensamos, juzgamos, reaccionamos ante las personas, ante la realidad de las cosas, del mundo. Dicho de otra manera, lo hacemos únicamente a la luz de la palabra de Dios, de los dichos y hechos de Jesús, de los testigos del mundo como son: Francisco de Asís, Santa Teresa de Ávila, San Juan Bosco, o como los testigos de América Latina: San Martín de Porres, San Pedro Claver, o nuestro recordado Monseñor Oscar Arnulfo Romero. La conversión interior se proyecta siempre en nuestra existencia personal, en la manera de estar en medio del pueblo, de la Iglesia, de los pobres, etc. La conversión cristiana es conversión interior.
La segunda característica de la conversión es su actualidad. No se trata de convertirse a algo del pasado, sino a lo que Dios realiza ahora y aquí. Según las palabras de San Pablo: “Mirad, ahora es el tiempo favorable; ahora es el día de la salvación.” (2 Cor 6,2). La conversión del corazón, la apertura de los ojos de la fe, nos lleva a captar que precisamente en esta realidad, en este momento de nuestra vida, vamos a dar un paso fuerte y recto (2 Cor 5, 20 – 6,2) . La conversión no es clamorosa, ni espectacular; se vive en la sencillez, en el silencio, en lo cotidiano, como nos enseña el Evangelio.
Jesús nos enseña que en la limosna, en el ayuno y en la oración hemos de ser discretos, sencillos, nunca fanáticos ni extremistas. Hay que nacer de nuevo a una esperanza nueva, una pasión fuerte por Jesús y el Reino nos dará ánimo y aliento de seguir adelante.
Arlington Catholic Herald
6 de marzo del 2008
Éste es uno de los tiempos litúrgicos que nos invitan a tener un viaje espiritual en la profundidad de nuestras vidas. Es tiempo de cambiar de piel, de renovarnos y de enriquecer lo más valioso que tiene el ser humano, como lo es el alma.
Hay que partir de una actitud de conversión interior, que nos haga disponibles aquí y ahora con sencillez, con alegría y con actitud siempre positiva. Es la actitud fundamental, existencial, la primera al responder a la llamada de Dios. Al Reino se entra por la conversión. Es la actitud de partida que inspira y configura todo lo nuevo camino, regalo del Señor. Crecer.
En esa actitud permanente de conversión consiste en vivir la conversión con sus características: Interioridad, actualidad, sencillez y fuerza de corazón. Interioridad constituye la primera característica, la más fundamental. Volvemos a raíces, nos situamos desde adentro, contemplamos, pensamos, juzgamos, reaccionamos ante las personas, ante la realidad de las cosas, del mundo. Dicho de otra manera, lo hacemos únicamente a la luz de la palabra de Dios, de los dichos y hechos de Jesús, de los testigos del mundo como son: Francisco de Asís, Santa Teresa de Ávila, San Juan Bosco, o como los testigos de América Latina: San Martín de Porres, San Pedro Claver, o nuestro recordado Monseñor Oscar Arnulfo Romero. La conversión interior se proyecta siempre en nuestra existencia personal, en la manera de estar en medio del pueblo, de la Iglesia, de los pobres, etc. La conversión cristiana es conversión interior.
La segunda característica de la conversión es su actualidad. No se trata de convertirse a algo del pasado, sino a lo que Dios realiza ahora y aquí. Según las palabras de San Pablo: “Mirad, ahora es el tiempo favorable; ahora es el día de la salvación.” (2 Cor 6,2). La conversión del corazón, la apertura de los ojos de la fe, nos lleva a captar que precisamente en esta realidad, en este momento de nuestra vida, vamos a dar un paso fuerte y recto (2 Cor 5, 20 – 6,2) . La conversión no es clamorosa, ni espectacular; se vive en la sencillez, en el silencio, en lo cotidiano, como nos enseña el Evangelio.
Jesús nos enseña que en la limosna, en el ayuno y en la oración hemos de ser discretos, sencillos, nunca fanáticos ni extremistas. Hay que nacer de nuevo a una esperanza nueva, una pasión fuerte por Jesús y el Reino nos dará ánimo y aliento de seguir adelante.
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