Por Rev. José Eugenio Hoyos
Arlington Catholic Herald
6 de marzo del 2008
Éste es uno de los tiempos litúrgicos que nos invitan a tener un viaje espiritual en la profundidad de nuestras vidas. Es tiempo de cambiar de piel, de renovarnos y de enriquecer lo más valioso que tiene el ser humano, como lo es el alma.
Hay que partir de una actitud de conversión interior, que nos haga disponibles aquí y ahora con sencillez, con alegría y con actitud siempre positiva. Es la actitud fundamental, existencial, la primera al responder a la llamada de Dios. Al Reino se entra por la conversión. Es la actitud de partida que inspira y configura todo lo nuevo camino, regalo del Señor. Crecer.
En esa actitud permanente de conversión consiste en vivir la conversión con sus características: Interioridad, actualidad, sencillez y fuerza de corazón. Interioridad constituye la primera característica, la más fundamental. Volvemos a raíces, nos situamos desde adentro, contemplamos, pensamos, juzgamos, reaccionamos ante las personas, ante la realidad de las cosas, del mundo. Dicho de otra manera, lo hacemos únicamente a la luz de la palabra de Dios, de los dichos y hechos de Jesús, de los testigos del mundo como son: Francisco de Asís, Santa Teresa de Ávila, San Juan Bosco, o como los testigos de América Latina: San Martín de Porres, San Pedro Claver, o nuestro recordado Monseñor Oscar Arnulfo Romero. La conversión interior se proyecta siempre en nuestra existencia personal, en la manera de estar en medio del pueblo, de la Iglesia, de los pobres, etc. La conversión cristiana es conversión interior.
La segunda característica de la conversión es su actualidad. No se trata de convertirse a algo del pasado, sino a lo que Dios realiza ahora y aquí. Según las palabras de San Pablo: “Mirad, ahora es el tiempo favorable; ahora es el día de la salvación.” (2 Cor 6,2). La conversión del corazón, la apertura de los ojos de la fe, nos lleva a captar que precisamente en esta realidad, en este momento de nuestra vida, vamos a dar un paso fuerte y recto (2 Cor 5, 20 – 6,2) . La conversión no es clamorosa, ni espectacular; se vive en la sencillez, en el silencio, en lo cotidiano, como nos enseña el Evangelio.
Jesús nos enseña que en la limosna, en el ayuno y en la oración hemos de ser discretos, sencillos, nunca fanáticos ni extremistas. Hay que nacer de nuevo a una esperanza nueva, una pasión fuerte por Jesús y el Reino nos dará ánimo y aliento de seguir adelante.
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