Por el Rev. José Eugenio Hoyos
Si no fuera por nuestra oración continua, nuestro mundo espiritual hubiera desaparecido, nuestros problemas nos hubieran tragado, y las enfermedades nos hubieran matado y enterrado. Definitivamente la oración tiene poder e inyecta energía. Hay que aprovechar la oración porque una oración bien hecha en línea directa con Dios produce vida y vida en abundancia.
La Madre Teresa de Calcuta nos recordaba: La Vida es una Oportunidad aprovéchala.
La vida es belleza, admírala.
La vida es beatitud, saboréala.
La vida es sueño, hazlo realidad.
La vida es un reto, afróntalo.
La vida es un deber, cúmplelo.
La vida es un juego, juégalo.
La vida es preciosa, cuídala.
La vida es riqueza, consérvala.
La vida es amor, gózala.
La vida es un misterio, devélalo.
La vida es promesa, cúmplela.
La vida es tristeza, supérala.
La vida es un himno, cántalo.
La vida es un combate, acéptalo.
La vida es una tragedia, domínala.
La vida es una aventura, arriésgate.
La vida es felicidad, merécela.
La vida es la VIDA, defiéndela.
Y yo te aseguro que una vida sin oración no es vida. El poema, una leyenda, de Adelaide Procter trata de un monje cuya predicación atraía a multitudes y cambiaba vidas. Cada vez que predicaba un anciano rezaba por él. Un día el monje le estaba dando gracias a Dios por tener la habilidad de tocar el corazón de las personas cuando se le apareció un ángel y le dijo: “Hijo mío, no eres tu son las oraciones del anciano que reza por ti”. En otras palabras, la oratoria del monje se puede comparar al cordón de una lámpara eléctrica y la oración del anciano puede compararse con la corriente que fluye a través del cordón. Ambos son necesarios para que la lámpara se pueda encender. Una vida llena de oración es como una estrella encendida que nunca apaga su luz.