Por José
Eugenio Hoyos
En mi ministerio Sacerdotal y en el trabajo pastoral que he desarrollado
en las diferentes parroquias y como director del Apostolado Hispano en la
Diócesis de Arlington, me he podido dar cuenta de la importancia que tienen los
servidores dentro de nuestra Iglesia.
Ellos(as) son los motores de nuestra liturgia, de la
catequesis, de los lectores, ministros extraordinarios de la Eucaristía, los
que dan la bienvenida y de la misma manera son los que ponen andar a los
movimientos de la Iglesia.
Pero, ¿qué es un servidor? Un servidor es el equivalente a un
discípulo o a un apóstol dentro de la Iglesia. Es la persona que ha recibido en
su corazón el gran don de la fe, y ha experimentado una de las gracias en su
interior. La gran mayoría de nuestras comunidades crecen especialmente cuando
hay un proceso de servicio a los hermanos (Mt 25, 31-46).
Lastimosamente, cuando emprendemos el camino del servicio,
empezamos a subir la cuesta de la fragilidad humana, que hace que suceda en
ocasiones, que en vez de servir y construir, generemos amargura, desazón o
división del corazón de quienes tienen que ver con nosotros; o lo peor, de
quienes han de recibir el fruto de nuestro servicio.
Un servidor Católico bien formado, estará listo para servir
por amor a Dios en cualquier lugar o parroquia donde el Espíritu lo lleve y
será un fruto de bendición para quienes sea fuente de apoyo, compañía o ayuda
de cualquier índole. Será una semilla seleccionada y altamente capacitada para
producir fruto al ciento por uno donde quiera que este: siempre será un fruto
de bendición, porque lleva en su corazón las virtudes del orden, la obediencia,
la responsabilidad, el amor y la bondad.
Como dice San Pablo: será apto para cualquier cosa llamado al
servicio era de Dios y que no eran emociones personales o el llamado de hombres
y sabía que a quien debía obedecer era a Dios por encima de las apariencias.
¿Cuántas veces los servidores en las parroquias, en los
movimientos eclesiales renuncian y tiran la toalla porque se enfrentan a
dificultades de cualquier índole o porque no soportan la falta de
agradecimiento y reconocimiento, las incomodidades o incluso que los injurien?
El llamado a servir tiene que ver con esa fuerza interior que
lo empuja a uno a servir en el mundo por amor a Dios y por más que uno trate de
ocultarse de escabullir su llamado, no puede más que rendirse a sus pies para
decirle: “He aquí Señor hágase en mi según tu palabra” (Lucas 1, 38).
“Y todo lo que este en tu mano hacer, hazlo con todo empeño”
(Ecc 9:10).
La Iglesia necesita de servidores que coloquen todos sus
talentos y dones al servicio de la Iglesia.