Por José E.
Hoyos
Multitudes de creyentes dentro de la Renovación Carismática poderosa
corriente de gracia proclaman con gran entusiasmo la cultura de Pentecostés acompañada
de la fuerza del Espíritu Santo.
Es el mismo Espíritu Santo, que nos llama, nos estimula, nos
despierta interiormente para facilitar el cumplimiento de lo que Dios desea de
nosotros.
San Francisco de Sales nos anima a los Carismáticos actuales
con sus palabras: “Sin la inspiración, nuestras almas vivirían una vida perezosa,
paralitica e inútil; más a la llegada de los divinos rayos de la inspiración,
sentimos una luz mezclada de un calor vivificante, la cual ilumina nuestro
entendimiento, y despierta y anima nuestra voluntad, dándonos fuerza para
querer y hacer el bien que se refiere a la salud eterna.”
Cristo Jesús nos invita a vivir esos carismas y dones que ha
puesto en nuestras vidas a que participemos e impulsemos nuestros actos de caridad,
nuestras oraciones y sacrificios que los compartamos en comunidad.
Dios ama a los hombres con un amor igual y quiere conducirlos
a todos a la perfección, pero al mismo tiempo tiene caminos distintos para unos
y para otros. No se puede obligar al Espíritu Santo pues Dios es dueño de sus
dones.
El Espíritu Santo recibe acertadamente el título de “Consolador.”
Cuando acogemos las llamadas del Espíritu que nos iluminan y nos empujan a
obrar, vierten en nuestro corazón, además de luz y fuerza, una especie de bálsamo
de descanso y de paz que con frecuencia nos colma de consuelo.
“El Espíritu Santo sopla donde quiere” (Juan 3,8) No debemos
tener miedo de ser parte de esta gran y maravillosa cultura de Pentecostés,
pues se siente la fuerza sanadora y liberadora del Espíritu Santo.