Por Padre José Eugenio Hoyos
Todos los bautizados tenemos la obligación de traer
almas a los pies de Cristo y esto será posible gracias a una evangelización eficaz
para aquellos que todavía no han tenido un encuentro personal con Jesús.
La Renovación Carismática como una corriente de
gracias debe luchar por una formación sólida y constante fundamentada en una
doctrina clara en la Iglesia Católica. Cada servidor debe ser una personas
asidua en los sacramentos y bien alimentado en las sagradas escrituras. De la
misma manera vivir y orar cada día para que en su vida y grupo de oración haya
un derramamiento de dones y carismas.
El profeta Ezequiel nos relata como Dios nos habla: “les
daré un corazón nuevo y pondrá dentro de ustedes un espíritu nuevo. Les quitaré
del cuerpo el corazón de piedra y les pondré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu
en ustedes para que vivan según más mandatos y respeten mis órdenes. Habitaran en
la tierra que yo di a sus padres. Ustedes eran para mí un pueblo y a mí me tendrán
por su Dios” (Ezequiel 36, 26-30).
Los encuentros más profundos entre Dios y un carismático
se dan en esta vida terrena en la oración y a nivel de corazón profundo.
El Espíritu Santo y el mismo Cristo permanecen constantemente
en nosotros. Viven en la punta aguda e nuestra alma. El Espíritu de Cristo actúa
en nosotros, pero quiere nuestra participación activa para que le demos fuerza,
ardor y pasión a la nueva cultura de Pentecostés.