Por José
Eugenio Hoyos
La Renovación Carismática Católica (RCC) no es una corriente
que va separada en la Iglesia, todo lo contrario somos parte de una Iglesia que
nos ha visto, crecer, nacer y florecer.
La Renovación Carismática ha sido un gran ejemplo de unidad,
de Evangelización y de apoyo a todos los ministerios pastorales de nuestra
Iglesia.
“Nadie puede poner otro cimiento que el que ha sido puesto, Jesucristo”
(1 Cor 3, 11). Si Jesús asegura a Pedro que sobre el edificara su Iglesia
(Mateo 16, 18). Y si en su carta a los Efesios Pablo llama cimiento a los apóstoles
y profetas, es en base a que Cristo sea reconocido la piedra angular (Efesios
2, 20).
En la Renovación Carismática, todos los Carismáticos formamos
el cuerpo Místico de Cristo, en el que Él es la cabeza y nosotros los miembros.
El principio vital de ese cuerpo místico es el Espíritu Santo
que nos transmite la vida que en el ánima: “El que tiene el Espíritu de Cristo
no le pertenece” (Rom 8, 9).
Con razón decía San Ireneo: “Donde está la Iglesia, allí está
el Espíritu de Dios, y donde está el Espíritu de Dios, allí esta también la
Iglesia y toda su gracia.” Y San Agustín afirma lapidariamente: Lo que es el
alma en nuestro cuerpo, eso es el Espíritu Santo en el cuerpo de Cristo, que es
la Iglesia.”
Los Carismáticos debemos estar siempre unidos en el cuerpo místico
de la Iglesia Universal.
La misma liturgia de la Iglesia nos recuerda esta función unificadora
del Espíritu:
“Te pedimos humildemente que el Espíritu Santo congregue en
la unidad a cuantos participamos del cuerpo y sangre de Cristo.”
Sin unidad ni conexión directa con la Iglesia los Cristianos Carismáticos
sentirán la ausencia de sanaciones, liberaciones y milagros.