A Cristo le gusta vernos en acción evangelizadora
Por el Rev. José Eugenio Hoyos.
Definitivamente la Cuaresma es el tiempo propicio para renovarnos no solamente en cuanto a lo personal sino para que evaluemos cual es nuestro trabajo pastoral en la Iglesia. Preguntarnos si nuestros métodos de oración y participación están siendo efectivos, etc. Como seres humanos siempre queremos realizar algo bueno y positivo para ayudar a los demás.
Somos seres creados por Dios con grandes talentos y dones para ejercer la creatividad en el llamado de atraer más almas para Cristo. Lo llamativo de esta situación es que como seres humanos, con un grado elevado de sensibilidad, gobernado en lo más profundo por el corazón que por tu razón, reconoces y aceptas que el ganar, en el sentido egoísta, no es lo más importante y quizás sientes el deseo de actuar con desprendimiento, guiado por el poder de la oración y por este tiempo litúrgico de Cuaresma.
Empujado por la voz de Dios y por el amor, sin embargo, te sientes en medio de una batalla interna, pues por otra parte experimentas tu individualidad, tu necesidad de fortalecer tu carrera en esta vida o en la vida que te ofrece Dios que es eterna. ¿Qué quiero: ganar yo, o ayudar a ganar a otros? Que me da mayor felicidad: ¿un triunfo personal o un triunfo en la comunidad? Esa es la postura netamente humana que sin dudas da al traste con una decisión plena, pues recordando las palabras de San Pablo con respecto al nacimiento de Jesús: Jesús, siendo inmensamente rico en el cielo, se hizo totalmente pobre en la tierra para salvarnos a todos.
No puedo desconocer ni ignorar las palabras de San Pablo cuando se nos dice: “Ay de mi si no evangelizo”. Cada tiempo tiene su situación y nos ha tocado vivir este tiempo, y más ahora cuando a los católicos nos toca tomar más acción y darle pasión a la evangelización. El Evangelio nos recuerda e invita a evangelizar y a ganarle la batalla al enemigo: “id por todo el mundo y proclamado El Evangelio” (Marcos 16, 15). Todos estamos llamados a evangelizar. Para convertirnos en evangelizadores eficaces tenemos que conocer y vivir El Evangelio, frecuentar más los sacramentos y buscar un rato más personal con Cristo. Sólo de esta forma podremos ser capaces de amarle y de responder a la tarea evangelizadora.
Dios desde el bautismo nos llama a trabajar en su viña, está esperando a que tomemos la iniciativa, nos ha llamado por nuestros nombres.
El Papa Benedicto XVI, en un encuentro con los jóvenes universitarios en el 2010 expresaba un deseo: “Ojala crezca en cada uno de nosotros el deseo de tratar personalmente a Jesucristo, para dar testimonio de El con alegría en todos los ambientes”. Eso es la alegría de ser cristianos. Alegría que viene de ese encuentro personal con El, y que nos facilitara esa labor evangelizadora que han encomendado. Todos somos necesarios e importantes en la evangelización.