Por: Rev. José E. Hoyos
El amor de Dios mueve al hombre, a la
familia y al mundo. El amor de Divino empapa todas las cosas con su presencia,
pues en el vivimos, nos movemos y
existimos. Isaías 49, 15-16 no dice la palabra: ¿Puede una madre olvidar a su
niño de pecho y dejar de amar al hijo que ha dado a luz? Aun cuando ella lo
olvidara, ¡Yo no te olvidare! Grabada te llevo en las palmas de mis manos; tus
muros siempre los tengo presentes”.
Que afortunados somos al tener el sello
de pertenencia de Dios, somos de Él, Él es el único dueño nuestro. De El
venimos, a El iremos. Da tristeza que en el recorrido de nuestra vida por este
mundo, no entendamos el amor y la paternidad de Dios y con nuestras actitudes
negativas nos salgamos de sus compasivas y generosas manos.
Leamos en Isaías 43, 1-3: “No temas,
porque yo te he rescatado; te he llamado por tu nombre, tu eres mío. Si atraviesas
el rio, yo estaré contigo y no te arrastrara la corriente. Si pasas por medio
de las llamas, no te quemaras, ni siquiera te chamuscaras. Pues yo soy Yahvé,
tu Dios, el Santo de Israel, tu Salvador”.
El amor de Dios cambia al hombre carnal y
cuando vive el “Seminario de Vida en el Espíritu” ya se ablanda, cambia, se renueva
y vuelve a Cristo más espiritual.