Según nuestra hermana Mercedes, el día lunes vino a nuestra casa paterna en compañía de su esposo Jorge, a visitar a nuestro papá Efraín; el se encontraba adolorido por un dolor en la espalda que lo estaba molestando. Pero al darse cuenta de estos visitantes ilustres su dolor y enfermedad se apaciguaron momentáneamente. Sentado en el sofá favorito y entre charla y charla, contaba las campanadas del antiguo reloj hogareño.
Cada campanada que salía era como una preparación para recordarle que Jesús Nuestro Señor y dueño de la vida se acercaba pasó a pasó para acompañarlo e invitarlo a disfrutar la vida eterna.
Después de contar las 7 y 30 de la noche, sintió que la mano suave de Jesús en la paz de los justos lo dirigía a la vida eterna. Ahora desde lo alto, nuestro querido viejito nos dice que no lo busquemos entre los muertos, en donde nunca hemos estado encontrémoslo en todas aquellas cosas que siempre han existido.
Querido papá, tu luchaste duro en la vida, aunque no estuvimos de acuerdo en todo, ahora te doy la razón de tu sabiduría y experiencia. Gracias a tus consejos, enseñanzas y regaños tienes una gran familia donde puedes decir: “misión cumplida”. Eso no lo arrebata la muerte, sino que lo trasforma. Es tu mayor gloria.
Jesús nos enseña a vivir unidos y a ayudarnos en los momentos duros y dolorosos de la vida. Los Hoyos somos católicos, somos seguidores de Jesús y queremos seguir sus pasos. Queda en nosotros la esperanza que nos hace creer por encima de todo en la fuerza del amor. Una esperanza que nos asegura que todo aquello que es amor, bondad, servicio, comprensión, por pequeño que sea, no se pierde; no se puede perder para siempre, porque Dios no quiere que se pierda.
Don Efraín abrazó con alegría la vida y se preparó a la muerte sin miedo. El hablo con alegría de haber hecho cosas su gran tarea como docente, sus obras académicas y literarias fueron grandes sus frutos y sus actos”. Fue siempre un buscador de la verdad. Como hijo nunca le escuche decir una mentira. En el momento de su entierro al escuchar a su nieto Helmer Eduardo tocar la gaita como despedida tranquilamente desde lo alto se dio cuenta de que la fiesta musical eterna apenas comenzaba. ¡Gracias Señor por darnos un papá como Don Efraín” aunque se adelantó cuando menos lo esperábamos. Amen, Amen y Amen.