Rev. José Eugenio Hoyos
Nuevas Raíces
23 de abril de 2007
Todavía no nos hemos podido recuperar del golpe tan fuerte y tan vil que recibieron los 32 estudiantes de la universidad de Virginia Tech. El dolor de los familiares de estas víctimas inocentes se siente no solo a nivel local sino internacional. Lamentamos lógicamente lo sucedido, pero a la vez hacemos un llamado de atención y reflexión a todas las autoridades y al público en general. Quien causó esta tragedia es un inmigrante, un surcoreano, un estudiante resentido ante una sociedad que parece lejana a la situación que viven miles y miles de universitarios internacionales presionados y estresados por las deudas y los préstamos que conllevan a pagar una carrera.
Igualmente por la indiferencia de un futuro prometedor y de pocas oportunidades. Los inmigrantes que se quieren educar en estas grandes y famosas universidades tienen que pagar pensiones costosísimas, superar grandes obstáculos y pagar incansables sacrificios.
He tenido la oportunidad de participar del funeral de Daniel Pérez, de origen peruano, uno de los fallecidos en esta tragedia. Sus padres, Betty y Flavio me comentaban que además de la tristeza y la frustración, fue difícil para ellos ver los sueños truncados de su hijo Daniel. Irónicamente, en una de sus últimas conversaciones, les había comentado que cuando terminara su carrera de relaciones exteriores quería ser diplomático y empezar campañas para crear una fundación para erradicar la violencia juvenil, pues era una de las problemas sociales que le preocupaba en el mundo. Es cierto y da tristeza que para erradicar la violencia en las escuelas, universidades, en las ciudades y en el mundo entero, habría que cambiar muchas cosas a fin de que se superen las desigualdades económicas y todas las familias puedan disfrutar de una vida digna.
Ha llegado la hora de enseñar no solo tecnología, sino valores por doquier y a toda hora. Es hora de construír responsablemente un futuro de esperanza. Dios está con nosotros para alentar todo lo que comunique vida y optimismo. Solo en Dios debemos poner nuestra confianza y la protección de nuestros estudiantes.
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