Hoy con gran urgencia el hombre moderno ha escuchado hablar de Dios; Le queda en su conciencia un eco en la lejanía que existe Dios. Pero la realidad es otra; todavía no se ha atrevido acercarse a Él a conocerlo y a abrazarlo.
Porque cuando uno toca a Cristo la vida misma se transforma,todo cambia y empieza un gran ánimo para nacer de nuevo. Un ejemplo de ello lo tenemos en el relato de La Hemorroisa (Mateo 9, 20-22): “En esto una mujer que sufría de flujos de sangre desde hacía doce años se le acerco por detrás y le tocó el borde del manto, penando: con solo tocarle el manto, me salvaré”. Jesús se volvió, y al verla le dijo: “¡Animó, hija! Tu fe te ha salvado, y desde aquel momento quedo curada la mujer”.
San Ambrosío nos dice que “con la fe se toca a Cristo”. Cuando nos acercamos a Jesús y lo tocamos nuestro toque es diferente, pues de Él saldrá sanación. Todo en Cristo, hasta su sangre, sus espinas, sus clavos, sus llagas, sus heridas y la cruz nos invitan a su encuentro. Las puertas no se abren si no hay una llave. Y para que ella abra hay que tocarla y si es una puerta espiritual quien la abrirá con alegría y de una forma especial será el portero más maravilloso de la historia: Cristo Jesús.
Tenemos que aprender a llamar con humildad y esperar con paciencia. Si no, podríamos quedarnos para siempre en los umbrales de Cristo sin entrar en EL. Algunos se preguntaron ¿porque la mujer toco las vestiduras de Jesús y no su mano? Pues primero por su enfermedad por respeto a no contagiarlo y segundo porque la fe de La Hemorroisa era tan grande que ella estaba convencida de que el poder de Dios estaba presente en todas partes.
El toque es cuando nos dejamos llevar por la fuerza del Espíritu Santo; y Cristo con sus manos toca nuestros corazones. Para crecer y avanzar en nuestra fe, hay que dejar guiarnos por las manos de Jesús. Su toque realizá maravillas en el matrimonio, la amistad, los hijos, la familia y la sociedad.
Porque cuando uno toca a Cristo la vida misma se transforma,todo cambia y empieza un gran ánimo para nacer de nuevo. Un ejemplo de ello lo tenemos en el relato de La Hemorroisa (Mateo 9, 20-22): “En esto una mujer que sufría de flujos de sangre desde hacía doce años se le acerco por detrás y le tocó el borde del manto, penando: con solo tocarle el manto, me salvaré”. Jesús se volvió, y al verla le dijo: “¡Animó, hija! Tu fe te ha salvado, y desde aquel momento quedo curada la mujer”.
San Ambrosío nos dice que “con la fe se toca a Cristo”. Cuando nos acercamos a Jesús y lo tocamos nuestro toque es diferente, pues de Él saldrá sanación. Todo en Cristo, hasta su sangre, sus espinas, sus clavos, sus llagas, sus heridas y la cruz nos invitan a su encuentro. Las puertas no se abren si no hay una llave. Y para que ella abra hay que tocarla y si es una puerta espiritual quien la abrirá con alegría y de una forma especial será el portero más maravilloso de la historia: Cristo Jesús.
Tenemos que aprender a llamar con humildad y esperar con paciencia. Si no, podríamos quedarnos para siempre en los umbrales de Cristo sin entrar en EL. Algunos se preguntaron ¿porque la mujer toco las vestiduras de Jesús y no su mano? Pues primero por su enfermedad por respeto a no contagiarlo y segundo porque la fe de La Hemorroisa era tan grande que ella estaba convencida de que el poder de Dios estaba presente en todas partes.
El toque es cuando nos dejamos llevar por la fuerza del Espíritu Santo; y Cristo con sus manos toca nuestros corazones. Para crecer y avanzar en nuestra fe, hay que dejar guiarnos por las manos de Jesús. Su toque realizá maravillas en el matrimonio, la amistad, los hijos, la familia y la sociedad.
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