Por José
Eugenio Hoyos
En varios eventos organizados por la Renovación Carismática algunos
de los asistentes me piden que les imponga las manos y los sane, y este es un
gran error. Es una gran verdad que todos tenemos que orar los unos por los
otros pero el único que tiene el poder de sanar y liberar es Cristo Jesús y no
el hombre. Hay que confiar en su poder divino.
Es por eso que estoy de acuerdo con los Carismáticos de que
nuestras comunidades y los feligreses necesitan más formación doctrinal y más
estudio Bíblico.
Es en los seminarios Vida en el Espíritu y en los
crecimientos que ofrece la Renovación Carismática donde nos damos cuenta de la
importancia de los ministerios de sanación, intercesión, liberación, predicación
y del conocimiento de dones y carismas poco conocidos en nuestra Iglesia Católica.
Dios no nos sana en un abrir y cerrar de ojos, no actúa con
una varita mágica.
Por eso es que cuando en la RCC hablamos de “Sanación Interior”
es un largo proceso para crecer en la liberación.
Pero para sanar necesita la persona perdonar y reconciliarse
a través del sacramento de la confesión. El Carismático y todo creyente, en
toda su vida humana debe tratar de crecer en el misterio del amor que Dios le
tiene.
“Al atardecer le llevaron muchos endemoniados. El expulso a
los espíritus malos con una sola palabra y sano también a todos los enfermos. Así
se cumplió lo que había anunciado el profeta Isaías: El tomo nuestras
debilidades y cargo con nuestras enfermedades” (Mateo 8: 16-17).
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