por Rev. José Eugenio Hoyos
Arlington Catholic Herald
21 de febrero de 2008
Los cristianos en el mundo entero ya hemos comenzado un tiempo litúrgico importantísimo para nuestra vida espiritual. En la Iglesia Católica tenemos eventos que con mucha espera y atención celebramos en oración, penitencia y buenas obras como son la Navidad, la Cuaresma, las Pascuas, la Semana Santa, las fiestas patronales, días de los Santos y de difuntos.
Alegremente nuestra Iglesia es de acción y de celebración continua. Pero en este tiempo de Cuaresma hacemos una pausa en nuestras vidas y con mucha serenidad nos dirigimos a vivir intensamente los momentos cruciales de nuestra salvación, como son la pasión, muerte y resurrección del Señor. Desde el siglo IV se manifiesta la tendencia a constituirla en tiempo de penitencia y de renovación para toda la Iglesia con la práctica de la obras positivas como la caridad, la oración, el perdón, y sobre todo la práctica del ayuno y de la abstinencia.
La ley del ayuno no es una ley represiva, ni contraria a nuestra libertad. Todo lo contrario, es un robustecimiento y fortalecimiento al espíritu. Es por eso que obliga a todas las personas mayores de edad desde los catorce años hasta los cincuenta y nueve años de edad.
Jesucristo les mandó a sus discípulos a que ayunaran una vez que el partiera (Lc 5,35). La ley general de la penitencia, por ello, es parte de la ley de Dios para el hombre. El ayuno es obligatorio para todos los católicos en el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo. En cuanto la abstinencia prohíbe el uso de carnes, pero no el uso de huevos. Todos los viernes en Cuaresma son días de abstinencia.
La Iglesia inmigrante no es ajena a estas obligaciones espirituales, al contrario hay más conciencia y seriedad de que el ayuno nos hace más fuertes en un país extraño al nuestro donde nuestra fe juega un papel primordial de sobrevivencia y esperanza. Esta es una invitación para que a través del ayuno y de la abstinencia consigamos la unidad de los católicos en el exilio, saquemos tiempo a la meditación, ejercicios espirituales, a purificar e iluminar con vigilias y grupos de oración. Las familias Latinoamericanas, también es un llamado a comprometernos con el pobre, el marginado, el secuestrado, el enfermo, y el desplazado, que en conclusión pongamos nuestras ganancias en el banco de los países subdesarrollados y en la cuenta corriente de los más necesitados. Ha llegado el tiempo de quitar los clavos que todavía quedan en la Cruz para conseguir la salvación en Cristo.
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