martes, abril 08, 2008

El secuestro y el exilio son protagonistas en obra de periodistas colombianos

Ricardo Galarza.
MetroLatinoUSA
Publicado 04/07/2008 - 5:08 a.m. ET

El exilio a partir del secuestro es el nudo central en la crónica de la periodista colombiana, residente en Washington Luisa Fernanda Montero sobre la historia del ex político colombiano Julián Hoyos, hermano del padre José Eugenio Hoyos.

En momentos en que como nunca Colombia se debate entre la guerra y la paz y el destino de las decenas de secuestrados por las FARC depende de tan pocas voluntades políticas para forjar un acuerdo humanitario, llega una obra imprescindible para entender ese fenómeno que desde principios de los 80 ha asolado a la nación sudamericana.

Se trata de Crónicas del secuestro (Ediciones B), un compendio de 10 crónicas periodísticas sobre secuestros ocurridos en Colombia, que ha tenido una gran acogida en ese país, tras su lanzamiento en la Feria Internacional del Libro de Bogotá el año pasado.

La serie narra los secuestros de conocidas personalidades de la política colombiana, como el del hoy vicepresidente, Francisco Santos, el del canciller Fernando Araujo y los del gobernador de Antioquia, Guillermo Gaviria, y su ex ministro de Defensa Gilberto Echeverri.

Pero Crónicas del secuestro tiene, a su modo, un componente también washingtoniano, y es la historia de Julián Hoyos (hermano del sacerdote católico José Eugenio Hoyos), que en el libro aparece bajo el título Destierro del infierno, una crónica descarnada de su secuestro a manos de las FARC, narrada por la periodista colombiana Luisa Fernanda Montero, vecina de esta capital desde 1999.

Julián Hoyos vive hoy en Hyatsville, Maryland, y trabaja en La Asociación Interamericana de Desarrollo, una organización sin fines de lucro dedicada a la rehabilitación de jóvenes inmigrantes. En Colombia, llegó a ser diputado regional y gestor de paz. En marzo de 1999, fue secuestrado de su finca en el Valle del Cauca por el Frente 30 de las FARC, que lo mantuvo cautivo durante seis meses.

Con una prosa vibrante y mordaz, Montero nos embarca durante 24 páginas en una verdadera montaña rusa emocional por todo lo que vivió Hoyos en el secuestro, el drama del cautiverio, las peripecias de su familia para juntar el dinero del rescate, y el trauma posterior una vez liberado por sus captores.

“Atado de pies y manos, vendado, inutilizado, Julián inició el camino que lo llevaría primero a la selva, después al oprobio y más tarde al exilio”.

Un poco a caballo entre el periodismo y la literatura, la crónica de Montero presenta giros narrativos, poco comúnes en los textos periodísticos de hoy en día, que nos retrotraen a la época de oro del periodismo colombiano, con cronistas excelsos como Álvaro Cepeda Samudio, Arturo Alape y el propio García Márquez, quien le puso la piedra de toque a la narrativa sobre este flagelo con Noticia de un secuestro.

Destierro del infierno no es el simple reportaje de un secuestro; Montero va más allá y escarba hondo no sólo en el propio drama del secuestro, sino también en la “aridez” del exilio, donde pone de manifiesto su penetrante visión del alma humana.

Así, la crónica se convierte, durante algunos pasajes, en ensayo, donde la autora se permite, a título personal, oportunas reflexiones sobre la emigración colombiana, el desarraigo y esa fractura expuesta de lo que ella llama “una patria lacerantemente trasplantada”.

“Los primeros meses son los más duros. Las sensaciones de impotencia se adaptan al tamaño de las imposibilidades, y los recuerdos de los que se quedaron caminan por todas partes, deambulan en las noches, se esconden en los rincones y se multiplican en los espejos”, escribe Montero aludiendo al exilio.

La comunicadora no pierde de vista, empero, que se trata de un trabajo periodístico e incluye también interesantes revelaciones, como un diálogo sostenido en Washington entre el padre Hoyos y el presidente colombiano Alvaro Uribe sobre el intercambio humanitario, que no tiene desperdicio:

“’Yo no voy a negociar con criminales, ni con personas que hayan violado la ley’, le dijo Uribe, visiblemente ofuscado, al sacerdote. ‘Pero nosotros, la familia, los que somos personas de bien ¿qué? ¿Dónde están nuestros derechos?’, le repuso Hoyos.

“’Ese tema no lo quiero tocar’, contestó Uribe, ahora aun más irritado. ‘Pero ése es un tema que nos atañe a todos; Colombia se está desangrando’, le replicó el sacerdote perplejo. Pero el presidente dio por concluida la conversación”.

Página a página, Montero hace un impresionante ejercicio de introspección, no sólo hacia el interior de su protagonista, sino también a su propio fuero íntimo, y nos entrega una crónica que es un espejo para cualquier emigrante sin importar su procedencia o motivación.

Crónicas del secuestro es una lectura imprescindible para entender los alcances del flagelo en Colombia, pero Destierro del infierno es definitivamente la que nos toca más de cerca.

“Hay que buscar un acuerdo humanitario”

Luisa Fernanda Montero nació en Bogotá en 1971. A lo largo de su carrera, ha cultivado todos los géneros periodísticos, y sus crónicas, columnas y reportajes han aparecido tanto en medios impresos como en radio y televisión.

Egresada de la Universidad Externado de Colombia, como licenciada en Comunicación Social y Periodismo, Montero trabajó en su país como reportera para el Noticiero TV Hoy. Luego lo hizo para el Canal Caracol y fue productora de Univisión en Bogotá, hasta que emigró a Washington en 1999.

En la capital norteamericana, ha escrito para varias publicaciones en español; entre ellas, Tiempos del Mundo, El Pregonero y la agencia de noticias EFE. También fue reportera del noticiero local de Telemundo, jefa de Información del matutino radial Día a Día, en Viva 900; corresponsal de Caracol, reportera de Univisión local y corresponsal en Washington del periódico salvadoreño La Prensa Gráfica.

En la actualidad, trabaja para el Hispanic Communication Network (conocida como La Red Hispana), en Washington, D.C., donde es productora del programa Epicentro, y colabora con varias publicaciones.

La entrevistamos en su apartamento de Arlington, donde vive. Lo que sigue es un resumen de la entrevista:


¿Cómo nace la idea de escribir sobre el secuestro de Julián Hoyos y por qué?

El año pasado, la periodista colombiana Patricia Pardo me invitó a participar en este proyecto, que luego sería Crónicas del Secuestro, y que en ese momento ella estaba manejando junto con su hermano Orlando Pardo, quien había dirigido la película Karma, a raíz de la cual nace todo este proyecto de hacer un libro con varias crónicas y reportajes sobre secuestros ocurridos en Colombia. Ella me invita en mi calidad de periodista colombiana radicada en el exterior. Y fue entonces que se me ocurrió hacer la historia de Julián Hoyos como un caso ilustrativo de la realidad de un gran número de colombianos que tiene que abandonar el país tras haber sido víctima del secuestro. De manera que, como yo lo veía, no se trataba sólo de narrar la historia del secuestro, sino de lo que ello implica luego para un emigrante; es decir, el desarraigo a partir del secuestro y todas las consecuencias y dinámicas psico-sociales que esos dos fenómenos generan cuando coinciden en una sola persona y todo su entorno familiar.

Justamente, el tema del exilio está tocado en la crónica de una manera nada tangencial; de hecho, la mayor parte de las veces usted lo hace en primera persona. ¿Por qué ese tratamiento tan profundo del tema y qué buscaba con ello?

Algo que había dado vueltas en mi cabeza por algún tiempo es que en los países expulsores, no se conoce la verdadera realidad del emigrante. No se sabe realmente qué hay más allá de la puerta de salida del aeropuerto. En el imaginario colectivo colombiano, todavía existe, de alguna manera, esa percepción de que el que se va triunfa, toda esta idea de que en el exterior la plata cae de los árboles y todo es color de rosa.

No se tiene conciencia de las dificultades, del sufrimiento...

No, y a mí, en lo personal, me gustaría que eso cambiara, porque una de las cosas que eso acarrea, por ejemplo, es que los colombianos en el exterior no tengan ningún apoyo, ninguna atención por parte del gobierno colombiano. El servicio y la atención del gobierno colombiano a su gente en el extranjero son prácticamente nulos. Y no estoy hablando sólo aquí, en Estados Unidos, sino también en España, en México y en muchos otros países adonde emigran los colombianos. Se podrá decir, y con razón, que Colombia tiene problemas más grandes, pero el hecho de tener tanta gente afuera no es un tema menor; y el gobierno debería buscar la manera de ayudarlos, como lo hacen tantos otros países con sus emigrantes. Debería tener una política estructurada hacia los colombianos en el exterior; porque aunque no estemos en el país, seguimos siendo parte de él.

¿La embajada y el consulado colombianos no hacen nada a ese respecto?

No es que no hagan nada, pero ciertamente hacen muy poco. Los colombianos merecemos más atención, porque sólo en remesas el aporte a Colombia es enorme; de hecho, las remesas han llegado a ser la tercera fuente de divisas para la economía colombiana. Y no hay siquiera una presencia de la embajada en temas que la comunidad colombiana considera esenciales, como es a todas luces el tema migratorio. Hay mucho desamparo en ese sentido. Hemos visto cómo otros gobiernos latinoamericanos y sus embajadas ejercen presión en el Congreso (de Estados Unidos), luchan, cabildean y trabajan de la mano con la comunidad. Inclusive, lo hacen en equipo; estos gobiernos se juntan para presionar a Estados Unidos en favor de políticas migratorias. El gobierno colombiano no hace nada de eso, ni siquiera participa de esos esfuerzos. Colombia tiene excelentes relaciones bilaterales con el gobierno norteamericano, y la embajada colombiana tiene a los lobbistas más profesionales en el Congreso y todo, pero trabajan para el Plan Colombia, para la lucha antidrogas y los acuerdos comerciales, y para nada, absolutamente nada, que tenga que ver con la comunidad.

Y esta historia de Julián Hoyos, creyó usted, podía poner todo eso de manifiesto.

Claro, el caso de Julián es un reflejo de todo eso. El hecho de haber sido producto de un secuestro y de que se tratara de un legislador simplemente lo hace más llamativo, y ahí naturalmente se entrelazan otras dificultades que también atañen al gobierno, pero no deja de ser un emigrante, con todo lo que ello implica. Y ése fue uno de los motivos principales que me llevaron a elegir la historia. Además, uno de sus hermanos también fue secuestrado. En el momento que se escribe la historia, Jairo Hoyos estaba todavía secuestrado y hoy es uno de los 11 diputados de la Asamblea del Valle que fueron asesinados por las FARC. Aparte, Julián es hermano del principal líder espiritual de la comunidad latina de Washington (el padre Eugenio Hoyos). Es decir, fueron varios los motivos que me acercaron a esta historia.

Hay en su prosa algunos vestigios que escapan a lo estrictamente periodístico; por momentos, parece más bien un relato de corte literario. ¿Por qué eligió contar esta historia de esa manera?

Es mi estilo. Siempre he tenido una gran pasión por la crónica y ésa es la forma en que me gusta contar las cosas. Además de hacer pensar al lector, busco también hacerlo sentir. A veces, lo emotivo puede ser tan o más importante que lo meramente intelectual.

“El cuerpo viaja pero el alma tarda”, dice usted en uno de los párrafos donde habla del exilio. Y luego agrega que “a la patria la revivimos en los lugares comunes, la adivinamos en los acentos ajenos, en las caras de los otros...” ¿Es así realmente como lo vive en lo personal?

De alguna forma, somos la tierra donde hemos nacido, somos las historias que hemos escuchado y leído, la cultura con sus usos y costumbres; somos la gente con la que hemos crecido, con la que hemos compartido, somos todo eso. Y de algún modo, eso se pierde dentro nuestro cuando nos vamos. Entonces, lo buscamos en el nuevo lugar, en el nuevo país; pero no lo encontramos en nosotros mismos, lo tenemos que buscar en los demás, en los que tienen algo en común con nosotros, con nuestras historias, con lo que hemos vivido. Y nunca lo llegamos a encontrar en su totalidad; encontramos pedacitos y vamos armando rompecabezas de lo que un día fuimos desde afuera. A mí, Colombia me duele mucho.

¿Sintió dolor entonces mientras lo escribía?

Hubo dolor, claro, pero lo sentí más cuando ya fue un producto terminado junto a las demás historias y hubo que enfrentarlo a la realidad del país y presentarlo ante los familiares de los secuestrados, ante la madre de Ingrid Betancourt y ante todo un país que de una u otra forma ha sufrido el flagelo del secuestro, quizá como ningún otro.

¿Tiene esperanza de que eso pueda cambiar en un futuro cercano para Colombia?

Estoy convencida de que el conflicto colombiano no se va a solucionar peleando. Hay que hablar, hay que sentarse a la mesa de negociaciones, hay que buscar un acuerdo humanitario que ponga fin a esta tragedia. Yo no le veo otra salida.

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