Por el Rev. José Eugenio Hoyos
Desde la oficina del Apostolado Hispano en mi Diócesis, en los pocos momentos que me quedan libres puedo observar desde las ventanas del octavo piso un horizonte imaginable de un pueblo que está en la espera de la parusia de la Iglesia itinerante.
¿Qué Iglesia somos? ¿Somos la Iglesia que nace de la Pascua y de Pentecostés; la Iglesia que está comprometida con la obra de amor que inicio Jesús? ¿Es una Iglesia que camina con las sandalias rotas de Jesús? ¿O en que clase de Iglesia me quiere dirigir o ubicar el Espíritu Santo.?
Me viene a la memoria el hecho de la vida del gran profeta de nuestro tiempo, Juan XXIII, en 1903, que siendo joven se confiesa a si mismo como ávido “de cosas nuevas, libros nuevos, sistemas nuevos, personas nuevas”. Ese es el fruto y la consecuencia de la fe en el Resucitado de la que nace una Iglesia joven, dinámica, verdadera fraternidad de apóstoles, que se alimenta en la contemplación de la palabra, de la Eucaristía, que vive en comunión, que sale en misión por los caminos del mundo para hacer participes a mujeres y a hombres de la “novedad de Jesús”.
Por su fuerte impulso misionero, evangelizador, no puede ser una Iglesia cerrada sobre si misma, pronunciar palabras negativas, prohibitivas, sino de aliento, ánimo y exhortación. La autoridad se ejerce desde la experiencia de comunión, no desde la imposición; las responsabilidades son compartidas, sin distinción de género o de sexo. El frescor del Evangelio, el poder seductor de Jesús, discurre a través de estructuras, nunca pesadas, ni complicadas, sino humanas, ágiles, sencillas, fraternas, elementales.
En la eclesiología de comunión del Concilio Vaticano II, pesa más el dinamismo de todos los carismas del Pueblo de Dios, que el carácter de sus ministros Jerárquicos. El hecho de haber irrumpido los pobres en la historia, en el lugar que les corresponde en la Iglesia, hace que la misma Iglesia crezca y se fortalezca por la actividad comunitaria y organizada de laicos y laicas, y especialmente por las mujeres en todos los países empobrecidos e inclusos secularizados del norte. La Iglesia, a pesar de sus limitaciones, es una fuerza creadora y signo de esperanza en medio de las pobres y excluidos. ¿La Iglesia es la esposa joven que seduce, atrae y enamora al hombre de hoy?
Foto: Jóvenes originarias de Haiti, en trajes típicos, llevan las ofrendas en la Parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe en Immokalee, Florida. La mayoría de los feligreses son inmigrantes que trabajan en la agricultura.
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