Por el Rev. José Eugenio Hoyos
Washington Hispanic
31 de julio de 2009
Las experiencias y grandes logros en la vida han estado siempre acompañados de grandes enseñanzas, buenos consejos y extraordinarios ejemplos de personas que han empezado desde abajo y han coronado la cima hasta llegar al éxito lógico que sobrepasando obstáculos. Eso mismo debemos aprender los inmigrantes a no solo esperar, sino a prepararnos a un buen futuro.
Una niña era la encargada de cuidar los pollos de la granja en la que vivía. Una de sus tareas consistía en observar los huevos para ver si habían nacido crías. Cierta mañana, se acercó al gallinero y vio que muchos polluelos rompían el cascaron. Había un huevo que no se había abierto del todo; el cuerpecito luchaba por salir a través de pequeños agujeros de la cáscara, pero le costaba atravesarlos. Impulsaba por sus ganas de ayudar, la muchacha abrió el huevo y liberó al pollito.
Lo que pasó después quedó grabado para siempre en su mente: a los pocos minutos, la cría recién nacida dejo de respirar. La pequeña corrió a buscar a su madre y le contó lo que había pasado. Cada ave trabaja duramente para nacer y liberarse del obstáculo que supone el cascaron – le explicó su madre – gracias a ese esfuerzo, adquiere la fortaleza suficiente como para vivir fuera de la cáscara.
Algo parecido sucede con las personas. Si nos hacemos cargo de las tareas de los demás creyendo que le ayudamos, en realidad, impedimos que se fortalezcan. El Señor nos dice: “Ayúdate que yo te ayudaré”. Es más provechoso enseñar a pescar que dar un pescado. Lo que se da gratis, las personas no lo valoran. Así que enseñemos a los demás con generosidad y obtendremos grandes hombres responsables y productivos en una sociedad que carece de líderes.
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