Por el Padre José Eugenio Hoyos
Washington Hispanic
2 de octubre de 2009
¿Si Dios es paz, amor, vida y somos sus hijos escogidos, por que permite el sufrimiento y las enfermedades en las personas? Esta es una de las frecuentes preguntas que me hacen en muchos de los retiros a los que asisto. Y personas que hemos consideradas crecidos en la fe, cuando les llega una enfermedad terminal o la muerte de sus seres queridos inmediatamente entran en desacuerdo y enojo contra Dios.
Pero se nos olvida que la enfermedad y el sufrimiento son una gran bendición y un signo de purificación para prepararnos a la verdadera vida, la vida eterna. Es un ciclo y un proceso en que todo ser humano debe pasar en este mundo terrenal. Un ejemplo verídico de ello es Dios con el envío de su único hijo Cristo Jesús, tuvo que padecer, fue crucificado, muerto y sepultado y al tercer día resucitó.
En cada sufrimiento, hay enfermedad, hay un tercer día de resurrección hacia la sanidad en Cristo. ¿Qué hay de bueno en un Dios que no controla los sufrimientos y las enfermedades de sus hijos que ama? Cristo también soportó el dolor y el sufrimiento como bendición y regalo al mundo. Dios en nuestra enfermedades está allí sosteniéndonos y dándonos a entender que vale la pena ofrecer nuestro cuerpo material a la purificación para darle solidez y fuerza a lo más valioso como es el alma espiritual.
El plan de Jesús hoy en día es sanarnos, dejar el mensaje del Evangelio a elevarnos a un nivel más alto de evolución y participar en esta comunidad que Él está preparando para la salvación del mundo. Dios nunca nos desampara, Él siempre está en cada corazón trayéndonos la paz.
Cuando tengas la oportunidad visita un hospital y te darás cuenta que a pesar de que hay tanto dolor en cada paciente en cada corredor se siente una gran paz porque la presencia del Médico Divino Cristo Jesús está súper ocupado visitando a todos los enfermos brindándoles paz y alivio. Confía en la medicina de Cristo. Él si tiene poder. Una vela enciende y alumbra si se quema; prende y dale luz a tu fe.
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