Arlington Catholic Herald
24 de septiembre de 2009
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Porque negar a Dios sería negarse a si mismo, sería materializar aquello que es imposible limitar y cosificar: el espíritu. “San Agustín habla del desasosiego del corazón humano, que no puede hallar paz mientras no descanse en Dios. Sin Dios, para quien hemos sido creados, somos como peces fuera del agua. Si no experimentamos la agonía que padece el pez, es únicamente porque matamos el dolor con infinidad de deseos y placeres, y hasta problemas, que permitimos que ocupen nuestra mente, y suprimimos el deseo de Dios.
En este empeño de ocupar el lugar de Dios, de pretender, demostrar su inexistencia, el ser humano ha intentado fabricarlo, lo cual a su vez es una contradicción, pues si Dios no existe no hay tampoco necesidad de sustituirlo, y mucho menos de fabricarlo. La actitud que está de fondo en esta huída absurda de rechazo a Dios, es lo que el Papa Benedicto XVI ha catalogado como el “relativismo moral”, que no es más que esa tendencia melada ganaria de disfrutar la vida sin ninguna meta, sin ninguna referencia moral, sin un compromiso social, sin autocontrol y sin controles externos y en esa carrera dislocada de suplantar a Dios, fabricándolo u ocupando su lugar el ser humano busca probando todo sin encontrarle sabor a nada, busca llenar los vacíos de una vida sin Dios y se choca con la aparición de otros vacíos mayores.
El espejo de Dios es cada rostro humano y la naturaleza con la inmensidad de su contenido, y de manera especial tú mismo. ¿Por qué siendo pasajero pretendes declararte eterno? ¿Por qué siendo criatura pretendes fabricar a tu creador? Dios se acerca a los discípulos de Emaus que iban desencantados por la muerte de su líder Jesús (Lc 24, 13-35). Porque Él te acompaña durante todo el camino de tu vida.
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