Por el Padre José Eugenio Hoyos
Arlington Catholic Herald
22 de octubre de 2009
Hace falta que hoy en día las familias católicas enseñen mas a sus hijos, sobre los valores, las virtudes y los dones del Espíritu Santo. Si queremos tener buenos hijos(as) y familias más unidas en Cristo la práctica de las virtudes es un gran regalo de Dios y un gran signo de crecimiento espiritual.
Nos dice Proverbios 29:23 “La soberbia del hombre la abate; pero humilde de Espíritu sustenta la honra.” La humildad enaltece y engrandece a las personas. Cada vez que conocemos personas que se han destacado mundialmente en los deportes, el arte, la música etc., nos ha llamado la atención su humildad y su disponibilidad con la gente que los rodea.
Una antigua leyenda relata que un joven discípulo se acerca a su maestro y le pregunta: “¿porqué los hombres de antes podían ver a Dios y actualmente eso es muy difícil que suceda? “¿Qué diferencia hay en los hombres de antes de los de hoy?”. La respuesta del maestro fue tan simple de entender en toda su profundidad: “porque el hombre de hoy no es lo suficientemente humilde ante los ojos de Dios?”. De todas las grandes virtudes del Cristianismo, la humildad es una de las más importantes, pero a la vez, que la que a lo largo del tiempo su significado sufrió grandes modificaciones olvidándose en muchos aspectos del verdadero sentido de la misma.
Tanto humildad como honor, son estados de la persona y no actitudes que se asumen ante determinadas acciones. La humildad facilita el encuentro del alma con su Dios y difunde nueva claridad sobre todos los problemas de la vida corriente. Entonces, yo consigo ser verdaderamente el centro de tu vida. Es para Mí para quien tú obras, escribes, hablas y oras. Ya no eres tu el que vive, soy yo Él que vive en ti y tú me llamas en todos aquellos con los que bregas. Tu acogida es entonces más bondadosa, tu palabra mejor vehículo de mi pensamiento. Que tu humildad sea leal, confiada, constante.
A Dios no le gusta la soberbia y a pesar de que sabemos que todo hombre soberbio produce rechazo, caemos sin darnos cuenta reiteradamente en lo mismo. Hoy nuestra memoria nos lleva a recordar que somos todos hijos de una mujer humilde, el Evangelio de San Lucas, la muestra atareada en un servicio de caridad. Nuestra razón nos dice: que somos hijos de una mujer humilde porque sabiendo quien era permaneció en silencio, en la visita a su prima Santa Isabel dice: “proclama mi alama la grandeza del Señor” y con ello expresa todo el programa de su vida, es decir, no se pone a sí misma en el centro y deja todo el espacio a Dios, a quien encuentra tanto en la oración como en el servicio al prójimo. En este mes del Santo Rosario practiquemos la virtud de la humildad y la obediencia.
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