Por el Rev. José Eugenio Hoyos
Toda una vida han quedado grabadas en mi mente varias escenas religiosas desde mi niñez, recuerdo, el rosario de mi madre que cada noche nos reunía antes de acostarnos y todos los hermanos mayores y menores dejábamos nuestros quehaceres y tareas académicas para unirnos en oración, ese rosario era tan sagrado que al morir mi madre, silenciosamente fui hasta su cuarto lo agarre y quise conservarlo para el resto de mi vida.
En el centro de nuestra sala en la casa materna de Buga en el Valle del Cauca, Colombia teníamos en la pared un gran retrato del rostro de Jesús. Siempre me impresionaba mirarlo porque su mirada era tan fuerte y penetrante que me daba la impresión que era el vigilante y guarda del hogar. Su mirada me seguía a todo momento, atrás y adelante, daba la impresión que quería hablarme. Desde ese entonces esos ojos de mirada compasiva, amorosa y sanadora de Jesús, los llevo grabados en mi mente. La mirada de Jesús era directa, atractiva e impresionante, sus ojos tienen poder sanador más fuertes que los rayos láser.
Los maravillosos ojos de Jesús en las Sagradas Escrituras muestran los prodigios que su mirada realizaban: a Zaqueo lo mira con simpatía y encanto seductor: “cuando Jesús llegó a aquel lugar mirando hacia arriba, le vió y le dijo: “baja enseguida, Zaqueo, porque hoy quiero hospedarme en tu casa” (Lc 19, 5).
En el caso de la viuda generosa, su mirada estaba llena de penetración y admiración: “levantando los ojos, miraba a los ricos que echaban sus ofrendas… vio también a una viuda pobre que echaba dos blancas” (Lc 21, 1-2). Enderezándose Jesús y no viendo a nadie sino a la mujer (Jn 8, 10) al paralítico de Cafarnaum y a sus ayudantes: “Al ver Jesús la fe de ellos (Mc 2, 5). A la humilde Hemorroisa: “Pero Jesús volviéndose y mirándola dijo: “ten animo hija” (Mt 9, 22). A la pobre mujer encorvada: “cuando Jesús la vió, la llamó y le dijo: “mujer, quedas libre de tu enfermedad” (Lc 13-12). A las muchedumbres hambrientas de pan: “y vio una gran multitud y tuvo compasión de ellos” (Mc 6, 34). O hambrientas de su palabra: “y alzando los ojos… decía: bienaventurados” (Lc. 6-20). Y bienaventurada sea la mirada de Jesús que sana, libera y reconforta.
Toda una vida han quedado grabadas en mi mente varias escenas religiosas desde mi niñez, recuerdo, el rosario de mi madre que cada noche nos reunía antes de acostarnos y todos los hermanos mayores y menores dejábamos nuestros quehaceres y tareas académicas para unirnos en oración, ese rosario era tan sagrado que al morir mi madre, silenciosamente fui hasta su cuarto lo agarre y quise conservarlo para el resto de mi vida.
En el centro de nuestra sala en la casa materna de Buga en el Valle del Cauca, Colombia teníamos en la pared un gran retrato del rostro de Jesús. Siempre me impresionaba mirarlo porque su mirada era tan fuerte y penetrante que me daba la impresión que era el vigilante y guarda del hogar. Su mirada me seguía a todo momento, atrás y adelante, daba la impresión que quería hablarme. Desde ese entonces esos ojos de mirada compasiva, amorosa y sanadora de Jesús, los llevo grabados en mi mente. La mirada de Jesús era directa, atractiva e impresionante, sus ojos tienen poder sanador más fuertes que los rayos láser.
Los maravillosos ojos de Jesús en las Sagradas Escrituras muestran los prodigios que su mirada realizaban: a Zaqueo lo mira con simpatía y encanto seductor: “cuando Jesús llegó a aquel lugar mirando hacia arriba, le vió y le dijo: “baja enseguida, Zaqueo, porque hoy quiero hospedarme en tu casa” (Lc 19, 5).
En el caso de la viuda generosa, su mirada estaba llena de penetración y admiración: “levantando los ojos, miraba a los ricos que echaban sus ofrendas… vio también a una viuda pobre que echaba dos blancas” (Lc 21, 1-2). Enderezándose Jesús y no viendo a nadie sino a la mujer (Jn 8, 10) al paralítico de Cafarnaum y a sus ayudantes: “Al ver Jesús la fe de ellos (Mc 2, 5). A la humilde Hemorroisa: “Pero Jesús volviéndose y mirándola dijo: “ten animo hija” (Mt 9, 22). A la pobre mujer encorvada: “cuando Jesús la vió, la llamó y le dijo: “mujer, quedas libre de tu enfermedad” (Lc 13-12). A las muchedumbres hambrientas de pan: “y vio una gran multitud y tuvo compasión de ellos” (Mc 6, 34). O hambrientas de su palabra: “y alzando los ojos… decía: bienaventurados” (Lc. 6-20). Y bienaventurada sea la mirada de Jesús que sana, libera y reconforta.
2 comentarios:
Padre, quedé impresionada con la mirada sanadora de Cristo el Nazareno. Este lienzo que Ud. pone en la página, es el de su casa? y si no es así, donde lo puedo encontrar?. Realmente nunca ví algo así. Gracias por sus citas que hace al pie de su comentario, nos ayudan a enriquecer el mensaje. Dios lo bendiga!
Reyna Burgoa
Padre, que imagen mas preciosa, me imagino y es que nuestro Dios es Bello y Su mirada es unica. Estoy ansiosa porque se que esa mirada estara sobre nosotros este fin de semana en nuestra V Mision de Fe y Sanacion.
Yuly Snapp
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