Por José Eugenio Hoyos
Si observamos
atentamente los milagros prodigios y señales con que Dios acredito la misión de
Jesucristo, según las palabras pronunciadas por el Apóstol Pedro el día de Pentecostés
en Jerusalén. Constatamos que Jesús al obrar estos milagros, estas señales, actuó
en nombre propio, convencido de su poder Divino, y al mismo tiempo, de la más íntima
unión con el Padre. Nos encontramos, pues, todavía y siempre ante el misterio
del hijo del hombre- Hijo de Dios, cuyo yo transciende todos los límites de la condición
humana, aunque a ella pertenezca por libre elección y todas las posibilidades
humanas de realización e incluso de simple conocimiento.
Miremos algunos
pasajes bíblicos presentados por los evangelistas, nos permite darnos cuenta de
la presencia arcana en cuyo nombre Jesucristo obra sus milagros. Por ejemplo en
el leproso cuando de rodillas Jesús lo levanta… el leproso le dice a Jesús: si
quieres puedes limpiarme.
El en su
humanidad enternecido pronuncia una palabra de orden, que en un caso como aquel
corresponde a Dios, no a un simple hombre. “Quiero, se limpió y al instante desapareció
la lepra.. Y quedo limpio. (Mc 1 40-42)
Otro ejemplo
le tenemos en el paralitico que fue bajado por un agujero realizado en el techo
de la casa “Yo te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa (Mc 2, 11,
12)
Otro ejemplo
la hija de Jairo (Marcos 5, 41, 42) Jesús tomándola de la mano, le dijo Taltha
qumi, que quiere decir Niña a ti te digo levántate y al instante se levantó la
niña y echó a andar.
El joven
muerto de Naim (Lucas 7, 14-15) en el caso del joven muerto de Naim, “Joven a
ti te hablo Levántate, sentase el muerto comenzó a hablar.
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