Por José Eugenio Hoyos
La Renovación
Carismática (RCC) nació en la experiencia de Pentecostés, así como nuestra
Iglesia nace en Pentecostés, así también la Renovación Carismática brota como
una poderosa e incontenible corriente de gracia sobre el mundo espiritual de
los creyentes.
La Iglesia
naciente descrita en Hechos 2, 5 y las comunidades apostólicas conocidas por
las epístolas, son el reflejo de la verdadera Renovación y revolución espiritual
del Espíritu Santo.
El llamado
de Jesús de seguirlo a Él no ha cambiado es el mismo, sigue predicando al mundo
entero a través de su palabra y con hechos: curaba a los enfermos, liberaba a
los oprimidos por espíritus malignos perdonaba a los pecadores, acogía a
mujeres y niños, y denunciaba las injusticias de los poderosos.
Sin equivocarme
desde el tiempo de Jesús ya se sentía y existía la Renovación Carismática pues
cada predicación, cada parábola, cada milagro y sanación eran signos e
invitaciones a la conversión, pues El anunciaba que para que llegara el Reino
de Dios, hacía falta “Convertirse.” Esto quiere decir cambiar el modo de
pensar, de sentir, de actuar, de dejar el hombre viejo, de regresar de lo
mundano a lo espiritual, del hombre carnal a lo espiritual, de renovar un
pasado para vivir el presente con Cristo Jesús.
Los Evangelios
explican estas conversiones de la misma manera: “Para que las personas cambian
de vida, es necesario tener un encuentro personal con Jesús. “La conversión es
el primer paso para seguir a Jesús y hacerse discípulo suyo. La palabra “llamada”
de Jesús es igual a la “llamarada” tener un corazón lleno del fuego del Espíritu
Santo, con las brasas de la oración ardiendo. Esto es vivir una cultura de Pentecostés
nacer de nuevo en el Espíritu Santo.
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