Por José Eugenio Hoyos
Si en Pentecostés
se cumplió la promesa de Jesucristo y hubo una efusión del Espíritu Santo
trayendo dones y Carismas.
Entonces la Renovación
Carismática es un extraordinario fruto de Pentecostés respaldado por la fuerza
del Espíritu de Dios.
La Renovación
Carismática como nuestra Iglesia viven por el soplo del Espíritu Santo: cree en
El y lo experimenta. El Espíritu Santo no es tan solo la expresión de un Dios
que habita en una luz inaccesible; es también el Espíritu de Jesús, hombre
entre los hombres. Por ello el Espíritu es revelado por el Evangelio, por las
bienaventuranzas, por la cruz.
La irrupción
del Espíritu, ya desde el primer Pentecostés, ha dado paso a una Iglesia llena
de gozo, más participativa y más dinámica.
Hoy el mismo
Pontífice Francisco no habla de la RCC como un movimiento más sino como una
poderosa corriente de Gracia. Y esto lo podemos ver en la Cruz Carismática donde
podemos constatar que del costado de Cristo brota la Sangre Sanadora y el agua
liberadora guiados por el Espíritu Santo. Para así dar comienzo a una nueva
Iglesia una Iglesia inspirada por el soplo el RUAH de Dios.
Pentecostés significa
entonces que la obra maestra de Dios es una obra nunca acabada, es una
corriente que fluye y arrastra con una gran fuerza espiritual. La cultura de Pentecostés
que estamos viviendo son los resultados de la Gran cosecha de oraciones que los
grupos de oración han realizado por más de 50 años y que ahora la Iglesia
empieza a recoger sus frutos. Nos dice el mismo Jesús por sus hechos los conocerán.
Y estos hechos son los frutos del Espíritu Santo sembrados y cultivados en la Renovación
Carismática a nivel mundial.
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