Por José
Eugenio Hoyos
En la Renovación Carismática Católica desde el momento de Pentecostés
se están testimoniando grandes prodigios y manifestaciones milagrosas nunca
antes vistas en nuestras historias de la salvación.
En muchos rincones del mundo se siente el gozo, la alegría y
el fuego del Espíritu Santo.
Las promesas de Jesús de enviar el paráclito, el abogado y el
defensor se ha cumplido al pie de la letra. Estamos viviendo en los grupos de oración
y dentro de la vida de los Carismáticos una nueva espiritualidad inspirada y
movida por Jesús Nuestro Señor.
La espiritualidad filial no está reservada a alguien en
especial, sino que es un don para toda la Iglesia.
San Pablo lo explico en la carta a los Romanos y se puede
aplicar directamente a los Carismáticos: “Todos los que son guiados por el Espíritu
de Dios son hijos de Dios. Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para
recaer en el temor; antes bien recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que
nos hace gritar: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para
dar testimonio de que somos hijos de Dios” (Romanos 8: 14-16).
Si reflexionamos sobre el relato de Pentecostés sobre la acusación
de que los discípulos estaban “llenos de vino nuevo” (Hechos 2,13) es lo que
muchos en la Iglesia no han podido entender el comportamiento y el gozo alegre
del Carismático actual.
Están ebrios, pero no como ustedes piensan… Están ebrios con
la sobria embriaguez, la que destruye el pecado y da vida al corazón,
completamente distinta a la embriaguez del cuerpo. Pues esta provoca que
olvidemos las cosas que sabemos, pero aquella otra otorga incluso el
entendimiento de las cosas antes desconocidas.
Están ebrios en tanto que han bebido el vino de esa vid mística
que dice: “Yo soy la vid: y ustedes los sarmientos” (Juan 15:5).
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