Rev. José Eugenio Hoyos
Washington Hispanic
14 de marzo de 2008
Recientemente los acontecimientos que hemos estado viviendo y observando sobre las relaciones diplomáticas de países que por tradición han sido hermanos dan mucho que pensar, y nos invitan a la reflexión. Da lástima las actividades de algunos gobiernos que toman decisiones a nivel personal y no pensando primero en el bienestar y la seguridad de los millones de ciudadanos que los han elegido, y que esperan que responsablemente los defiendan, los protejan y les brinden una paz duradera. Da tristeza que en este nuevo milenio en que vivimos todavía utilicemos la amenaza de las armas y no la diplomacia y el diálogo.
La trilogía de países Colombia, Ecuador y Venezuela nos unimos por muchas cosas: cultura, música folclor, religión, gastronomía, fronteras y, lo más significante, los mismos tres colores de la bandera.
Aquí no hay que echarle la culpa a nadie. Es tiempo de la paz, tiempo de sentarse muchas veces en las mesas de negociaciones y luchar para demostrar con hechos que no somos enemigos. Todo lo contrario, cuando en una familia hay desacuerdos, diferencias o problemas, la reconciliación familiar se disfruta más, y así en un mejor entendimiento la familia, la sociedad o el país avanza y el progreso social llega a todos.
El amor que Cristo nos predicó y nos recuerda a toda hora, parece que ha pasado de moda? Pero todos sabemos que no es así. ¿Por qué alimentar odios? ¿Por qué lastimarnos entre hermanos? Hay posiblemente mil razones y posturas por las que puede justificar la falta de amor al prójimo, pero mejor que razones deberíamos llamarlos pretextos, actitudes egoístas basadas en excusas nada cristiana.
En realidad el mundo no puede desconocer que Colombia continúa luchando contra el terrorismo. Nuestro pueblo ya no aguanta más muertes, secuestros, extorsiones, atentados terroristas, derrame de petróleo, y atentados contra el sistema ecológico. Hemos crecido en medio de la zozobra, las amenazas y la inseguridad que nos brindan los grupos ilegales alzados en armas.
Los muertos se siguen registrando como estadísticas y las víctimas han sido perdiendo el rostro, el nombre y el apellido. Hemos ido perdiendo la capacidad de indignación y de asombro, cediéndole el espacio al cinismo que legitima la ley del todo vale, para convertirnos en un país sin vergüenza.
Latinoamérica necesita evaluar de nuevo los métodos de diálogo, reconciliación y diplomacia para conseguir la verdadera paz y la solidaridad mundial. Hay que apurarse a liberar los secuestrados y a los terroristas darles nuevas opciones positivas de reinserción social.
1 comentario:
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