Por Rev. José Eugenio Hoyos
Arlington Catholic Herald
27 de marzo de 2008
Después de vivir una intensa semana religiosa, la Semana Santa, y de haber vivido una gloriosa Resurrección, nos preguntamos: ¿Y ahora a donde vamos? ¿Qué vamos hacer para continuar creciendo espiritualmente? Yo se que han quedado muchas preguntas grabadas en nuestras corazones dejadas por la pasión, la muerte y resurrección de Cristo Jesús. No podemos dejar morir esa semilla que Dios ha sembrado en nuestras vidas. Han sido tiempos maravillosos que hemos vivido en comunidad y donde el amor a Jesús ha renacido en nosotros. Depende de nuestras buenas acciones el no dejar morir esa prueba de amor.
Es posible que algunos tengan en este momento muchas preguntas y pocas respuestas. Eso sí, se respiraba en la resurrección un aire fresco, una clima festivo, fraternal, propio de la novedad que trajo Jesús. Nos podía la novedad del Reino, el misterio Pascual, que desde el primer momento aparece con su huella martirial. Nos domina el amor efectivo, y efectivo la opción sentida y la pasión real de los pobres, con los que vino a vivir, a compartir lo duro de su vida.
El mundo avanza hoy en día de una forma descontrolada, arrastrando a todos los que encuentra temerosos, angustiados, sin esperanza y sin motivos de vivir. Nos alerta San Agustín: “No te entristezcas, apóstol; responde una vez, responde dos, responde tres. Venza por tres veces tu profesión de amor...Desata por el amor lo que habías ligado por el temor.” (Sermón 295, 1-2, 4, 7-8) Este es el mejor tiempo de unirnos cristianamente, sin ningún acompañamiento político, ni ideológico (marxista, comunista, capitalista o socialista) a la opción preferencial por los pobres, por los marginados, los indocumentados, los desempleados, los enfermos de la SIDA y a unirnos a la solidaridad en el mundo entero.
La Iglesia hoy y siempre esta mostrando su rostro a los más pobres, tanto material como espiritual. Es la Iglesia de la nueva evangelización, la Iglesia Católica discípula, familia de hijos y hermanos, una Iglesia inculturada, contemplativa, evangelizada y evangelizadora, internamente solidaria y pobre. Solidarizada con los pobres, promotora de comunión y solidaridad, con un mayor protagonismo de laicos, jóvenes y mujeres donde se ejerce la función critica y profética, y no solo de cara al mundo, sino también en su interior, en su estructura y su vida propia. ¡Adelante que con Cristo si se puede!
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