jueves, septiembre 04, 2008

Misión de la esperanza

Por el Padre José E. Hoyos
Arlington Catholic Herald
4 de septiembre de 2008

El pasado fin de semana, fuimos invitados por el Ministerio Dei Verbum dirigido por el Rev. Martín Ávalos, capellán de la Universidad Católica de Occidente (UNICO) en la ciudad de Santa Ana en El Salvador.

Este ministerio compuesto en su mayoría por jóvenes universitarios y cientos de voluntarios, tiene como objetivo principal la predicación, las alabanzas y la devoción a la Santa Eucaristía. Cada mes viajan a diferentes ciudades, pueblos y cantones llevando los mensajes del Evangelio y, a través de las alabanzas, mensajes de paz, amor, fe, devoción Eucarística, devoción a la Virgen María y unidad dentro de la Iglesia.

Varios de los participantes nos han dicho que dentro de su recorrido han encontrado personas que nunca habían recibido los sacramentos, estaban fuera de la Iglesia, y hermanos de otras creencias se han convertido a la fe Católica.

Nuestro recorrido desde la capital hacia la ciudad de San Miguel en el oriente salvadoreño fue de aproximadamente 3 horas. Atravesamos altas montañas con climas variados y una bella panorámica donde podíamos observar elevados y hermosos volcanes. Al llegar a San Miguel el calor era insoportable, pero el recibimiento de la gente era cálido y de una gran familiaridad. Nos sentimos en nuestra casa. Allí nos encontramos con varias familias de nuestra Diócesis de Arlington que se encontraban de vacaciones.

El primer retiro espiritual se llevó acabo en el Colegio de Santa Sofía en un amplio gimnasio que albergaba un numeroso grupo de personas y con un calor que nos hacia sentir que estábamos en medio de un gran desierto o sauna gigante. Las alabanzas, las oraciones y la fe de los asistentes nos llenaron de gozo. Después de la Santa Eucaristía, tuvimos la exposición del Santísimo. En medio de las oraciones tuvimos un fuerte apagón. Lo único que se veía en este gran gimnasio eran los rayos y truenos de una gran tempestad que caía sobre todos los asistentes.

Esto no paró nuestra adoración, ni la procesión del Santísimo. La gente, a pesar de no tener sonido, seguía cantando, alabando y orando hasta que en el momento de la bendición final, como un mandato divino, la energía volvió al lugar donde los asistentes en medio de aplausos le daban gracias a Dios, no solo por la luz, sino también porque en ese mismo instante la tormenta se calmó.

Salimos en medio de una lluvia intermitente en medio de la carretera donde teníamos que esquivar palos, ramas de los árboles dejados por la tormenta. Pero fue el poder del Espíritu Santo que nos llevó de nuevo a San Salvador, llegando casi a la media noche.

Al siguiente día nos dirigimos a la ciudad de Santa Ana, a solo una hora de la capital. Encontramos allí una clima más fresco y agradable. Fuimos recibidos igualmente con alegría por muchos jóvenes y desde luego por la delegación del Padre Martín Ávalos. Esta vez estuvimos en el Colegio de San Luis dirigido por los hermanos Maristas. La celebración del XII aniversario del Ministerio Dei Verbum comenzó con la procesión de la Santísima Virgen desde las canchas de fútbol hasta el gimnasio principal.

Inmediatamente empezamos la Eucaristía con un lleno total y un entusiasmo juvenil Mariano que me llamó mucho la atención. Dentro de la ceremonia dos jóvenes de 18 y 19 años de edad dieron testimonio de cómo gracias a la oración, después de un accidente automovilístico y después del diagnostico de los médicos donde habían informado a sus familiares que quedarían discapacitados, Jesús de Nazaret los había sanado y hoy estaban dando gracias a Dios por todos los beneficios recibidos.

Fueron solo tres días, pero suficientes para entender que grande es Dios con nosotros y que poderosa es la oración. Nuestro dolor unido al de Cristo es salvifico para todos. No es un dolor o un sufrimiento en vano. Es parte de la historia de la salvación. Somos parte de ella. El hombre lleva su voz a semejanza de Cristo, El cual se dirigía a Dios “con poderoso clamor y lágrimas”, especialmente en Getsemaní y sobre la Cruz: el hombre grita a Dios como gritó Cristo y así da testimonio de participar en su filiación por obra del Espíritu Santo (Heb 5, 7).

Jesús con sus milagros recuperó el signo mesiánico de la salvación. ¿Cómo habría podido anunciar la Buena Nueva a espaldas del dolor o sufrimiento? Gracias a todos los que nos acompañaron y oraron en esta gran misión de la esperanza.

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