Por el Rev. José Eugenio Hoyos
Boletín Interparroquial
31 de agosto de 2008
"Por medio de Jesús, nos ha librado del castigo que merecían nuestros pecados." (Rom 3,24)
En estos tiempos el Sacramento de la Penitencia o de la Reconciliación, instituido por el mismo Jesucristo cada vez toma relevancia en nuestra vida espiritual. El Catecismo de la Iglesia Católica (1440) nos dice que el pecado es, ante todo, ofensa a Dios, ruptura de la comunión con Él. Al mismo tiempo, atenta contra la comunión con la Iglesia. Por eso la reconciliación con la Iglesia, que es lo que expresa y realiza litúrgicamente el Sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación.
Solo Dios perdona los pecados (1441), porque Jesús que es el hijo de Dios, dice de sí mismo: "El hijo del hombre tiene poder de perdonar los pecados en la tierra" (Mc 2,10), y ejerce este poder divino: "Tus pecados están perdonados" Mc 2,5; Lc 7,48). Más aun, en virtud de su autoridad divina, Jesús confiere este poder a los hombres para que lo ejerzan en su nombre (sacerdotes).
La confesión de los pecados hecha al sacerdote constituye una parte esencial del sacramento de la penitencia: "En la confesión, los penitentes deben enumerar todos los pecados mortales de que tienen conciencia tras haberse examinado seriamente, incluso si estos pecados son muy secretos y si han sido cometidos solamente contra los dos últimos mandamientos del Decálogo, pues a veces, estos pecados hieren más gravemente el ama y son más peligrosos que los que han sido cometidos a la vista de todos." (Cc. de Trento: DS 1680)
El que confiesa sus pecados actúa ya con Dios. El comienzo de las obras buenas es la confesión de las obras malas. Haces la verdad y vienes a la luz. Es una realidad palpable que Dios perdona los billones y trillones de pecados de la humanidad egocéntrica. Perdona sesenta milliones de días llenas de pecado. Dios perdona lo imperdonable. Si ésta fuera la única enseñanza de la historia, tendríamos mucho en que meditar.
Un perdón multimillonario debería producir un perdonador multimillonario, ¿no es verdad? El siervo perdonado puede perdonar una deuda ínfima, ¿o acaso no? La próxima vez que sientas deseos de pecar o que el enemigo está teniendo influencia sobre tu vida, sumérgete en la Gracia de Dios. Satura tu día en su amor. Remoja tu mente en su misericordia. Él ha dejado tus cuentas en paz y salvo, ha pagado tu deuda. "Cristo mismo, en su cuerpo, llevó al madero nuestros pecados." (1 Pedro 2,24).
Cuando pierdas la paciencia con tus hijos(as), esposo(a), amigo(a), Cristo interviene y dice: "Yo pagué por eso." Cuando digas una mentira y todo el cielo se lamente, tu Salvador se pronuncia: "Mi muerte cubrió ese pecado." Cada vez que tienes lujuria, te ensorbeces, codicias o juzgas, Jesús se presenta ante el tribunal del cielo y señala aquella cruz ensangrentada: "Ya hice provisión, he quitado los pecados del mundo." ¡Cuán grande es el regalo que Dios nos ha dado!
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