Rev. José Eugenio Hoyos
Con todo el respeto que se merece nuestro Pontífice el Papa Benedicto XVI todavía no he podido sacar de mi corazón la figura carismática de Juan Pablo II. Definitivamente la huella pastoral que el dejó en mi vida ha sido imborrable, bellas memorias, recuerdos y enseñanzas marcaron no solo mi vida sino la de millones de católicos en el mundo. La Iglesia dentro de su historia ha sido bendecida por varios pontificados sobresaliendo Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo II.
Juan Pablo II ha hecho una gran carrera que sus pasos agigantados no han llegado todavía a la meta. Hoy quiero con memoria agradecida hacer honor a JPII. Es verdaderamente el “Atleta de Cristo” y peregrino del mundo. Su condición de testigo valiente en medio de los crucificados de la vida, en donde se escribe la vida en reverso, trazamos un perfil apresurado. Era un hombre carismático, inflexible en materias de dogmas y de disciplina eclesiástica. Su sensibilidad profundizó y visualizó la realidad empobrecida de América Latina, desde la mortalidad infantil, desde los 53 millones de personas que pasan hambre en este continente, o desde los 12 millones de niños que quedaron huérfanos por causa del SIDA en 2004, se levantan preguntas difíciles de responder: ¿Desde hoy como hablar con Dios? ¿Cómo proclamar a Dios en esa realidad injusta y cruel, de pobreza y de muerte, que impide una vida en dignidad? No se puede justificar, cristianizar, la desigualdad, la injusticia o la miseria y seguir solicitando paciencia, resignación y oración.
Hemos de reconocer y provocar un cambio radical, sin precedentes en la historia de la Iglesia, hay que negar la posibilidad cristiana de justificar un orden social injusto injusto, excluyente. Cada sacerdote hoy en día debe tomar el ejemplo de tomar los zapatos de Juan Pablo II y hacer el mismo recorrido maratónico espiritual y convertirnos en verdaderos Atletas de Cristo sin cansancio y comprometidos con la liberación de los oprimidos.
1 comentario:
No se si me entenderán lo que quiero decir pero cuando veo a Benedicto XVI, o recuerdo a Pablo VI, veo un Papa, cabeza de la Iglesia Católica, pero cuando miro la imagen o videos de Juan Pablo II, veo mas que la imagen de un oficio papal, de hecho al ver al hombre en acción y escucharlo hablar, uno se olvida incluso de su titulo eclesiástico, veo una fuerza en acción, veo a Karol Wojtyla una figura espiritual y moral que trasciende denominación y rango.
Esa misma sensación tengo pero más vagamente, cuando evoco los recuerdos que permanecen en mi memoria, del Papa de mi infancia, el Papa Roncalli.
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