Por el Rev. José Eugenio Hoyos
Arlington Catholic Herald
12 de noviembre de 2009
Todos los católicos desde nuestro bautismo estamos llamados a un encuentro personal con Jesús a través de nuestra vida. El autor de la Imitación de Cristo, Tomás de Kempis tiene mucha razón cuando dice que: “Jesús tiene muchas personas que aspiran a su reino celestial, pero pocos que estén dispuestos a llevar su cruz. Muchos que anhelan la consolación pero pocos que quieren la tribulación”.
La Cruz se revela pues como un termómetro fiel que mide nuestro amor a Cristo y que autentica la sinceridad de nuestra opción por Él. A veces podemos sentir la tentación de seguir a Cristo sin renunciar a nuestro egoísmo y pasiones desordenadas, o al menos, de cargar con una cruz, que no duela ni pese demasiado y se acomode al molde de nuestros gustos y planes personales. Sin embargo esto no es posible: o nos decidimos a seguir a Cristo aceptando todas sus implicaciones, o nos quedamos sin Cristo o con alguien que no satisface nuestras ansias de plenitud ni proporciona paz a nuestra conciencia.
Optar por Cristo radicalmente por el camino de la cruz, sería una empresa imposible si no tuviéramos el testimonio de su vida. Él va adelante de nosotros, mostrándonos el camino y dándonos la fuerza para andarlo. Es posible amarlo en el sufrimiento, porque Él nos amó primero y se entregó por nosotros. Para seguir al Maestro Cristo Jesús hay que tener fe y mucho amor.
Para el que no es cristiano, la muerte de un ser querido, un cáncer, una crisis económica, una traición puede ser un gran bajón emocional en su vida que lo puede derrumbar o llevar a la depresión, mientras que para un Católico convencido y lleno de fe puede ser un acontecimiento lleno de bendiciones y de acercamiento personal a Dios.
El encuentro personal con Cristo debe ser un encuentro personal lleno de amor y con ganas de trabajar por el reino de los cielos y de evangelizar con obediencia a la jerarquía de la Iglesia. No podemos dar a Dios la mitad ni tres cuartas partes de nuestro corazón, porque en la parte restante nos estamos apegando a nosotros mismos. Es verdad que nuestra opción por Cristo no quita que puedan existir debilidades o muchas caídas, pero estas responden más bien a nuestras limitaciones y nuestra condición de pecadores, que a una actitud de nuestra voluntad. “Solo quiero conocer a Jesucristo, y este crucificado” (1 Col 2, 2).
Querido amigo(a) acércate más a Dios, Él tiene muchas cosas que decirte y compartir contigo. ¡Animo!
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