Desde que era muy pequeño siempre me impresionaban las manos de mi madre Eran grandes, bien cuidadas, suaves y sanadoras. Pues siempre que me golpeaba en la cabeza yo sabia que el ir hacia ella y sentir sus manos tiernas sobre mi frente era la mejor medicina y el mejor calmante para mi dolor.
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Las manos de las madres son las manos que utiliza Jesús para dar, abrazar, perdonar, aceptar, compartir y sobre todo para sanar. Es por eso que las manos que oran en las Misas de Sanación por los enfermos, los tristes y abatidos son manos sanadoras y libradoras. Manos de hombres y mujeres humildes; de hombres con manos encallecidas y rudas por el fuerte trabajo en la construcción y de aquellas mujeres inmigrantes con sus manos lastimadas por el trabajo en la limpieza que a pesar de ser manos toscas yerran con dulzura el alimento y el sustento a los hogares.
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Mis manos, tus manos y las de todos son las manos de Jesús, manos vivas que cuando tocan los corazones los ponen a palpitar y se llenan de gozo, fe, y esperanza
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