Por el Rev. José Eugenio Hoyos
Arlington Catholic Herald
1 de julio de 2010
No podemos dejar la evangelización solamente en manos de los sacerdotes o religiosos, los laicos bien preparados y con un asiduo sacramental, amor a la Iglesia y respeto a la jerarquía eclesiástica deben jugar un papel importantísimo en el acompañamiento pastoral de la familia eclesial.
Toda la experiencia cristiana tiene que estar anclada en el Espíritu Santo, que no se compagina con muchos de los modos fiscalizadores y estrechos de última hora. Nos ilumina y cuestiona el Concilio, en la Lumen Gentium, 12: ‘El mismo Espíritu Santo…reparte gracias especiales, entre los fieles de cualquier condición, distribuyendo a cada uno según quiere (1 Cor 12, 11) sus dones, con los que les hace aptos y prontos para ejercer las diversas obras y deberes que sean útiles para la renovación y la mayor identificación de la Iglesia, según aquellas palabras: “a cada uno… se le otorgará manifestaciones del Espíritu para común utilidad” (1 Cor 12, 7).
Mirando a los profetas, siempre realizamos un ejercicio razonable y, a veces, provocativo y audaz. Ser Iglesia, Misterio y Pueblo de Dios, supone expresar y ejercer en todos los ámbitos y personas su identidad católica, que se realiza y ejerce, explícita y proyecta en la vida de los creyentes.
El documento “Mutuas Relaciones”, que es muy clarificador, deja bien sentada esta base teológica, la realidad viva de la Iglesia, como Misterio, como Pueblo nuevo de Dios, que tiene por cabeza a Cristo y al Espíritu, como alma del Cuerpo de la Iglesia, que es un solo cuerpo y muchos miembros diferentes (1 Cor 12, 13; Rom 12, 5). Subraya también una de las líneas-fuerza de la Eclesiología del Vaticano II: la importancia de la Iglesia particular, en la que se incorporan todos sus miembros en igualdad de dignidad y de misión (Mr 2, 4).
Entonces la Iglesia local se entiende como comunidad integrada por todo el pueblo de Dios, con una misión única en comunión con el obispo, pastor, fundamento e integrador de todos los carismas y ministerios en la unidad y comunión apostólica. La comunión orgánica de la Iglesia no solo es espiritual, en cuanto nacida del Espíritu Santo, sino también y al mismo tiempo jerárquica, por derivar de Cristo – cabeza (Ef 2, 21-22; Col 1, 15-18).
Apremia y urge una reiniciación cristiana, una nueva y mas profunda evangelización, con bases claras de identidad católica, emprendida por fraternidades de apóstoles, que viven la comunidad y se constituyen para la misión. La misma vivencia de fe exige una conversión permanente, una renovación, expresada en la experiencia personal y en el testimonio: “solo evangelizan los testigos”.
La centralidad de la fe compromete hoy a toda la Iglesia, este es el gran reto y desafío, el tren al que tienen que subir todos: párrocos, religiosos, diáconos, laicos… en definitiva toda la Iglesia. Pero que al subirnos lo hagamos con compromiso, lealtad y con ardor de presentar una Iglesia con un Cristo Vivo y una comunidad radiante y unida.
Foto: Miembros de la Legión de María evangelizando en la calle en San Francisco, CA
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