jueves, septiembre 04, 2014

La Oración desarruga el Alma

 
Por Rev. José E. Hoyos
Si la mayoría de los católicos supieran todo el bien que nos hace la Oración seriamos más perseverantes y no nos perderíamos por nada en el mundo cada Eucaristía celebrada en nuestras parroquias. Cuantas veces el mismo Jesus nos invita a Orar. Por eso cada vez que tú participas en la Santa Misa ponle atención a cada palabra del Padre Nuestro, allí hay un contenido poderoso de sanación y liberación.
Todos queremos tener sanación y un encuentro personal con Cristo Jesus pero para que esto suceda hay que frecuentar primero el Sacramento de la Penitencia, reconciliarnos con Dios y luego con nosotros mismos.
 
Hay que realizar una verdadera limpieza Espiritual “Porque el hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido” (Lucas 19, 10) y para que esto suceda Cristo utiliza diferentes métodos.
“Revístanse del hombre nuevo. Este es al que Dios creo a su semejanza, dándole la justicia y la santidad que proceden de la verdad” (Efesios 4, 24). Les invito a que reflexionemos sobre este ejemplo: “tengo en mis manos un billete de $20 dólares, esta viejo, sucio, manchado y maltratado, cuando este billete salió del banco estaba nuevo, limpio y sin arrugas y sin manchas, cuando cayó en las primeras manos seguramente lo doblaron, lo metieron en el bolsillo o en una billetera, alguien más lo estrujó, lo maltrató, lo manchó y no faltó quien lo tirara al piso, al fin llegó a mis manos, lo vi y me hice esta pregunta: ¿Cuánto vale este billete? ¿Veinte dólares? ¿Cuantos centavos perdió cuando lo estrujaron, lo mancharon o lo maltrataron? Ninguno, aun así como esta; sigue valiendo $20 dólares.

Lo mismo pasa con los seres humanos, cuando Dios nos creó, nos creó con un valor inmenso, en la vida tal vez sufrimos maltrato, desprecio, abandono, soledad, pero no obstante los fracasos, no hemos perdido ni un centavo del valor y la dignidad que tenemos como hijos de Dios.
El mismo Cristo con sus manos compasivas cada vez que oramos arrepentidos desarruga nuestra Alma y nos engrandece el Espíritu.

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