Por José
Eugenio Hoyos
La Renovación Carismática es una familia universal con raíces
en Pentecostés y los Carismáticos son la fuerza dinámica de esta corriente de gracia.
Los preparativos para los 50 años o la fiesta del Jubileo de la RCC ya se está
sintiendo en todos los países pero en especial en las asambleas y grupos de oración
a nivel internacional.
Hay mucho para celebrar y mucho para agradecer a Dios por
tanto derramamiento de dones y carismas. “Vino a los suyos, y los suyos no le
recibieron. Pero a todos los que lo recibieron les dio el poder de hacerse
hijos de Dios, lo que creen en su nombre, los cuales no han nacido de cruce de
sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino que han nacido de
Dios” (Juan 1, 11-13).
Por la creación éramos simple hechuras de Dios. Ahora por
Cristo, pasamos a ser hijos.
En efecto, a partir de Pentecostés, los Apóstoles bautizan en
nombre de Jesucristo, administrando el Espíritu Santo: “Convertíos, clama San
Pedro y que cada uno de vosotros se haga bautizar en nombre de Jesucristo, y recibiréis
el don del Espíritu” (Hechos 2, 38).
Es preciso que tomemos conciencia del beneficio inmenso que
supone esta certeza consoladora de la inhabitacíon del Espíritu Santo en nuestras almas.
Con más razón que Pedro en el tabor podemos y debemos decir: ¡Qué
bien se está aquí!
El gozo de los Carismáticos tiene que ser mayor que el de
Marta, la hermana de Lázaro, cuando Jesús un día “se hospedo en su casa” (Lucas
10, 18)
Por eso no podemos dejar de apagar el gozo, la evangelización
y el entusiasmo porque la RCC es la obra y hechura de las manos de Dios.
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