Las fiestas en honor al Salvador del Mundo han salido de su sitio de origen en San Salvador, donde todos los años la Plaza Barrios o de La Libertad al frente de la catedral se colma de mas de 20 mil fieles devotos al patrón del pulgarcito de Centroamérica. Estas tradiciones religiosas ya han llegado a otros lugares y países como Canadá, Australia y los Estados Unidos. Aquí en nuestro territorio estadounidense se destaca esta devoción en Houston, Los Ángeles, Washington, DC y en la Diócesis de Arlington, Virginia.
No fue sorpresa para la Iglesia de San Antonio de Padua el tener un lleno total, pues no podemos olvidar que el 80% de los parroquianos es de origen salvadoreño. A la entrada de la imagen del Salvador del Mundo, miles y miles de banderas azul y blanco, los colores de El Salvador formaron un gran mar que parecía más mariano que cualquier otra celebración. Gracias al consulado Salvadoreño miles de banderas fueron entregadas a la entrada de la Iglesia a todos los feligreses. En la Misa me acompañaron los sacerdotes, el Padre Cesar Alzola de España y el Padre Félix del Congo, África.
Esta tradición del Salvador del Mundo conmemora la transfiguración de nuestro Señor Jesucristo, donde Pedro, Santiago y Juan observaron a Jesús como nunca antes y experimentaron una teofanía de oír la voz de Dios desde las nubes: "Este es mi hijo querido. Escúchenlo." Los discípulos experimentaron algo fantástico pero ellos sintieron una mezcla de confusión, de miedo y de asombro.
Pero en esta celebración del Salvador del Mundo las personas experimentaban gozo, fe y pertenencia a una Iglesia inmigrante, abierta a las devociones populares religiosas. Si en realidad nuestros corazones están "descubiertos" ante el Señor, nosotros también podemos ser transformados, "en su imagen." "Todos llevamos los reflejos de la gloria del Señor sobre nuestro rostro descubierto, cada dia con mayor resplandor y nos vamos transformando en imagen suya, por ser esta obra del Señor-Espíritu" (2 Corintios 3,18). Tomemos en serio nuestra responsabilidad como ciudadanos de un mundo nuevo, solidarios con los que sufren, llevando el Evangelio de la esperanza a los que sufren, a los encarcelados, deportados y desplazados en esta sociedad para que así el Salvador del Mundo reine en nuestras vidas.
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