Por el Rev. José Eugenio Hoyos
Washington Hispanic
29 de mayo de 2009
Estamos invadidos de tanta publicidad consumista que por esa razón pareciera que tuviéramos nuestra sensibilidad social petrificada o insensible. Hay que darle gracias a Dios por todo lo que tenemos tanto espiritual con material. Pero aquí lo más importante si queremos encontrar rayos de felicidad es aprender a compartir y no apegarnos a las cosas. Es por esa razón que los invito a todos ustedes mis amigos(as) a que seamos agradecido aunque sea por lo poco que tengamos, a que no codiciemos y pensemos que hay mucha gente necesitada en este mundo.
El padre de una familia con mucho dinero llevó a su hijo a un viaje por el campo, con el firme propósito de que este viera lo pobre que eran las personas del lugar, y para ayudarle a comprender el valor de las cosas y lo afortunado que eran ellos al tener tantas riquezas. Estuvieron por espacio de un día y una noche completos en la granja de una familia campesina muy humilde. Al concluir el viaje, y de regreso a casa, el padre pregunta a su hijo: “¿Qué te pareció el viaje?” “Muy bonito papá!” ¿Viste que tan pobre y necesitada puede ser la gente del campo? “si”, ¿Y que aprendiste? “Vi que nosotros tenemos un perro muy lindo en casa, pero ellos tienen cinco; nosotros tenemos una piscina de 25 metros, tenemos unas lámparas importadas en el patio, y ellos tienen las estrellas; nuestro patio llega hasta el borde de la casa, y el de ellos tiene todo un horizonte; nosotros sacamos la leche del refrigerador; y ellos de la vaca, y es más deliciosa. Especialmente, papá, vi que ellos tienen tiempo para conversar y para convivir en familia, y… hasta oran juntos al atardecer. Tu y mi mamá tienen que trabajar todo el tiempo y casi nunca los veo y cuando al fin del día estamos todos en cas, cada uno se encierra solo en su cuarto a ver la televisión o en el Internet”. Al terminar el relato, el padre se quedó mudo… y su hijo agregó: “Gracias, papá, por enseñarme lo pobre que somos y lo rico que podríamos llegar a ser!"
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