Por el Rev. José Eugenio Hoyos
Todos los cristianos en el mundo estuvimos pendientes de la visita que realizó nuestro pontífice Benedicto XVI a Tierra Santa. Los medios de comunicación volcaron sus ojos de paparazzi hacia este importante evento mundial, pues no era una peregrinación cualquiera, todo lo contrario era el enfrentarse a múltiples situaciones políticas y religiosas de actualidad, tano con el Judaísmo como con el Islam.
Los avances en el proceso de beatificación de Pío XII, la restauración de la Misa Tridentina – con sus controvertidas alusiones al pueblo Judío en la liturgia del Viernes Santo y el levantamiento de las excomunicaciones a sacerdotes Lafebvristas, entre los cuales se hallaba el Obispo Richard Williamson, ocasionaron asperezas no menores entre el sumo pontífice y el pueblo Judío. El famoso discurso en la Universidad de Ratisbona del 13 de septiembre de 2006 había provocado el enojo entre los fieles del Islam.
A pesar de estas controversias, el Papa visitaba una región sumida en un dramático conflicto en la que la sensibilidad superlativa, se escrutaba cada una de sus expresiones. La miseria espiritual caracteriza el presente de la realidad humana. No es que se haya perdido la fe en Dios, sino que se perdió la fe en la posibilidad de acercarse con sinceridad a Él. Entre la frivolidad y la supercialidad de los que viven en la abundancia, el acuciante dolor de los desposeídos y el culto hedonístico, pareciera no quedar lugar para percibir la voz de Dios, que según el relato bíblico, suele ser cual tenue silencio.
Hubo audacia espiritual en la peregrinación del Papa a Israel, ese fue un gesto que el pueblo Judío aprecio. Pero sus frutos dependerán de las decisiones y acciones que el líder máximo de la Iglesia realice en el futuro. Con la presencia de Benedicto XVI al igual que todos los que peregrinan a Sión. Que la luz percibida en Sión pueda iluminar sus futuras acciones a Roma.
Foto: El Papa dejó su petición en el Muro de los Lamentos en Jerusalén.
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